He querido
abordar este tema tabú, al menos llevado en silencio por casi todos, porque
manifestarse con tendencia a cualquier otra forma de concebir la relación entre
las personas, parece no estar permitido, estar prohibido, ser motivo de
castigo, excomulgación o sanción de algún tipo.
Nos han
grabado a fuego el uno con uno para toda la vida, la represión de la expresión
libre de nuestros sentimientos hacia otras personas que coinciden en nuestro
espacio-tiempo. Hemos mal interpretado la convivencia, llegando a creer que la
otra persona nos pertenece, sintiéndonos dueños de nuestra pareja, y eso es un
error absoluto. Está porque quiere estar, porque no se atreve a explorar ni
tiene libertad para hacerlo. La libertad es fundamental para que haya verdadero
amor sin sentido de posesión. Creo que no somos en origen monógamos a pesar de
que la religión se haya esforzado mucho en imponer tal modo de vida, tal estilo
de relación y convivencia. Nuestra tendencia natural es otra bien distinta,
todos hemos deseado en algún momento de nuestras vidas, tener, acariciar,
besar, intimar, abrazar, fundirnos con otra persona diferente a la que es
nuestra pareja habitual.
Ciertos
sectores hablan de que nuestra sociedad está en peligro, puesto que envejece a pasos
agigantados. Tal vez, tuviéramos que culpar, al menos en parte, a que los hombres
solo estemos dedicados sexualmente a una sola mujer, podríamos entenderlo como
una forma de limitación de la población. Quizás, de la misma manera, debamos
decir que el que la mujer esté dedicada sexualmente a un solo hombre, tenga sus
limitaciones e inapetencia a practicar sexo, lo cual también contribuiría a que
la población se estabilizase o no creciera en la proporción que pudiera
hacerlo. No obstante, parece ser que las mujeres son menos promiscuas que los
hombres, claro está, salvo excepciones.
La monogamia,
según confirman la mayoría de los científicos especializados en el tema, no es
la forma natural de relación entre hombres y mujeres. Por tanto, habría que
pensar que es absurdo perpetuar una forma de convivencia entre las personas que
componen las parejas, así como con el resto de las personas, pues tan solo nos
ocasiona malestar, sentido de la culpabilidad, miedo, infidelidad y trastornos
inventados, como consecuencia de una ilógica imposición que hemos aceptado como
buena, siendo solo parte de la programación recibida. La infidelidad es una
práctica muy extendida, mucho más de lo que pudiéramos pensar. Muchos son
ejemplares parejas dentro del hogar, al tiempo que seres desinhibidos, promiscuos
y sexualmente muy activos fuera de él. Otra justificación a la infidelidad
aprendida y aceptada como actitud contraria y de engaño hacia la pareja, es el
impulso y el deseo que continuamente sentimos todos, son contrarios y
traicionan la norma establecida, remachando por ende que la práctica amorosa en
todas sus facetas con una sola persona es contraria a nuestra naturaleza.
Una
perspectiva diferente presenta el experto Manuel Lucas Matheu, quien dice: “Somos monógamos porque somos pobres. No nos
podemos permitir cambiar de pareja continuamente porque separarse y divorciarse
conlleva un enorme daño económico. Tener varios compañeros sexuales al mismo
tiempo, también es caro”.
No solo
debemos entender que hablar de monogamia es hablar de actos sexuales con
penetración, sino de la libertad de acariciar a otros y otras, de besar, de
abrazar, pero sin frenos, sin pudor, sin miedo ni sentido de la represión
mental, sin tener que llegar a sentirse mal ni crear un falso estado aprendido de
culpabilidad, o interpretar que se está engañando a su pareja habitual. Hablo
del deseo común al que se le pueda dar riendas sueltas, en momentos
determinados, con respeto y aceptación de las partes, sin que medie la norma,
principalmente, eclesiástica.
Hay cantidad
de pueblos en los que reina el estado natural en todo este aspecto de las
relaciones entre sus integrantes, así como en todo lo concerniente a su vida
sexual, y viven felices, sin ese sentido de la posesión del otro y sin
trastornos psiquiátricos, asesinatos de género y, hasta sin psiquiatras. Vivir
toda una vida contrariado, peleando contra la atracción natural, reprimiéndola,
etc., nos hace enfermar.
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