Hoy me refiero
al salto generacional existente entre padres e hijos, un espacio de tiempo que,
a veces, impide la comprensión, el dialogo o compartir vivencias. Hay un cierto
hermetismo en lo que hacen los unos o los otros, falta la comunicación por lo que
parece es una deficiencia de confianza entre los padres y los hijos.
Casi nunca
valoramos lo suficiente pasar un rato con nuestros padres, atenderles,
abrazarles, besarles, expresar nuestro amor por ellos y cuando nos damos
cuenta, puede ser demasiado tarde o puede ocurrir que nos falten. Es por ello,
que tan hermoso es emplear nuestro tiempo en visitarles, hablar con ellos,
abrazarles, contemplarles y admirarles. Ellos que tanto hicieron por nosotros
para que estemos aquí, en las mejores condiciones, aún cuando creamos que no lo
hicieron lo bastante bien, lo hicieron lo mejor que supieron y que pudieron,
estoy seguro de ello.
A veces, les
digo a mis hijos que vengan a caminar conmigo y lo que quiero es hablar con
ellos, sentir su compañía, pasar tiempo con ellos, pero casi siempre prefieren
no despegarse de sus ordenadores y, suelo pensar en esos momentos: “no se dan
cuenta que algún día les faltaré y supongo que entonces se darán cuenta del
tiempo que hemos perdido”, pero esto lo hago en silencio y me doy media vuelta,
un poco triste y camino solo.
Exteriormente
nos arrugamos con el paso del tiempo pero los sentimientos parece que se
mantienen jóvenes siempre y tal vez se intensifican con la edad. Es como si nos
hiciéramos conscientes de que algún día no estaremos, y es una necesidad
aprovechar el tiempo, tener paciencia, organizar actividades juntos, sentir en
lo profundo que fueron los que nos dieron la vida y perdonar cualquier
diferencia del pasado. Hay que dialogar con ellos, hacer todo el esfuerzo por estar
a su lado y amarles y cuidarles hasta el final de sus días.
Como hijo ya
borré las discrepancias con mis padres, les veo cuanto puedo y disfruto de su
compañía, de escucharlos y de verlos tan bien. Tienen sus achaques pero
afortunadamente se valen por si mismos y hacen una vida, que a sus edades, es
muy digna. Me siento feliz de verles así, son muy apañados, se complementan
bien, se ayudan mutuamente. Mi padre se jubiló hace más de veinte años y
siempre ha colaborado con mi madre en las tareas de la casa, hace las compras y
sus pinitos en la cocina; es un fenómeno. Ha sido un luchador toda su vida, lo
que se ha dado en llamar un buscavida, durante toda la vida ha simultaneado su
trabajo con otras actividades: camarero, venta de ropa y alhajas por ditas,
etc.
Mi madre ha
sido y es una trabajadora incansable, le ha gustado y le gusta la limpieza,
casi sobre todas las cosas, es la típica mujer de la que se ha dicho que tenía
su casa como los chorros del oro; ha sido una mujer muy especial con sus cosas,
siempre a punto y muy disciplinada. Las comidas siempre a sus horas, sus hijos
siempre bañados y con sus ropas limpias; una gran ama de casa, gran madre y
buena administradora.
Estoy muy
agradecido porque de ambos he aprendido a sacrificarme, a respetar y creo que
me han aportado una genética que me ha posibilitado un nivel de conciencia
amplio donde todos tienen cabida. Les debo mi capacidad de amar y de percibir a
la humanidad; les debo la vida.
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