El otro día
pensaba que en el sistema educativo se podrían incluir actividades, como si
fueran asignaturas complementarias que se dieran cada año, que consistieran en
mostrar y hacer vivir a los alumnos situaciones similares a las reales, cuyo
contenido y práctica fuesen las diferentes profesiones existentes. Esto
ayudaría a los jóvenes a decidirse por aquellas ocupaciones o profesiones que
les gustaran o que mejor desarrollaran. Al mismo tiempo les aportarían un
conocimiento y acercamiento a las diferentes técnicas y exigencias de las más
diversas profesiones, de tal modo que en el futuro no les resultarían extrañas
y se encontrarían con más firmeza para abordarlas, ya que no las verían tan
lejanas ni tan ajenas a ellos.
Además de toda
la cultural general propia de la base formativa de los menores en las escuelas,
irían conociendo las diferentes profesiones, desarrollando jornadas concertadas
con colectivos de todos los gremios empresariales para hacer interactuar a los
chavales en esos medios. Habrá profesiones donde se hará difícil meter a una
clase al completo, supongamos el despacho de un abogado, pues se fracciona el
grupo y cada semana van unos pocos alumnos, donde se les muestre las tareas que
se llevan a cabo en un lugar de trabajo como ese. De igual modo con el resto de
profesiones: arquitectos, médicos, enfermeros, electricistas, fontaneros,
pintores, escultores, etc., son tantas que no podría escribir más que un
listado inacabable.
La creatividad
puede ser casi infinita y se podrían hacer tantas cosas, que a veces da lastima
ver qué es lo que tenemos. Seguimos anclados en los sistemas de antaño, la
enseñanza es casi lo mismo: la rigidez de las clases, los mismos contenidos,
las pruebas de evaluación “memorística” y las calificaciones. Lamentablemente
la memoria sustenta casi el 90 por ciento de la base, que al cabo de unos meses
o unos años se pierde, se olvida, porque se hace un esfuerzo memorístico para
pasar los exámenes, pero no es mucho lo que se aprende comprendiéndolo y a
fondo. Los niños están aprendiendo forzados en la mayoría de los casos, no
encontraron el placer por aprender, temen que le pregunten en clase y les
horrorizan los exámenes a los que se enfrentan con raquíticas ideas de los
temas de los que se van a evaluar. Todo lo llevan, como se solía decir: “cogido
con alfileres”, los alumnos solo piensan en aprobar aunque sea por los pelos, y
pasar página así como de curso; generalmente no disfrutan aprendiendo ni se
encuentran lo suficientemente motivados para ello.
Alguien tendrá
que hacer algo al respecto, digo yo, no solo consiste el sistema educativo en
la rivalidad de los centros públicos y concertados o en seguir con orejeras al
sistema que imponga Europa. Habrá que tomar de cada uno lo que se considere
positivo e innovador, pero también habrá que dejar aparcado aquello que no
aporta nada y sobre todo habrá que exigir a los responsables de los sistemas
educativos que se quiebren un poco más la cabeza y busquen formas más
alentadoras para el alumnado, que le proporcionen un enseñanza de mayor calidad
y más útil.
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