En los últimos
días he estado haciendo una pequeña instalación eléctrica en el jardín de casa,
donde tenemos un pequeño estanque, que hice hace años y al que nunca le doté de
su motor correspondiente por esa pereza propia que a todos nos invade cuando
las cosas son para uno. Así que me remangué, ya digo que era poca cosa, y la
finalicé; esto no es lo importante a lo que me quiero referir, sino a los
beneficios que vengo obteniendo cuando pongo a funcionar el motor y su
consiguiente movimiento de agua se produce. Me siento cerca del estanque y
escucho el chapoteo continuo de los chorros de agua golpeando contra la
superficie, al mismo tiempo que me aporta relax. A esto le añado un segundo
beneficio, apreciado ayer mientras disfrutaba del momento, es que refrigera.
Ayer ya hacía calor en Sevilla y sus alrededores, yo vivo a unos dieciocho kilómetros
de la ciudad e hizo un día bueno y un poco caluroso, preámbulo de lo que viene
y a lo que todos los años nos tienen acostumbrados los tórridos veranos del
Sur. Pues bien, sentado junto al estanque el aire atravesaba los chorros de
agua y se estaba de escándalo, ¡qué verano me espera sentado junto a los
chorritos!
A todo eso,
hay que añadir el canto continuo de los pajarillos que revoloteaban de árbol en
árbol, caía la tarde y se organizaban para localizar los emplazamientos que les
permitieran pasar la noche. Lo hacían sin dejar de emitir sus agradables y
variados cantos, a cuales más hermosos y afinados; los chorros saltaban, como
si desde un trampolín se lanzaran contra el espejo que formaba el ras del agua.
Saltan gotas en todas las direcciones, de esa parábola de chorros golpeando
contra la masa que forma el líquido. . ., así va cayendo la noche. Mis perros
se encuentran tan a gusto como yo y se sientan alrededor de mí, relajados y
atentos al mismo tiempo, como solo ellos saben hacerlo. ¡Estaba en la gloria,
si es que esta existe!
Nada de radio,
nada de televisor, hoy no había nada de esos pasatiempos tan comunes, hoy había
naturaleza, contacto con la misma, rodeado del seto que me separa de la calle, algunas
plantas, árboles, pájaros, perros, grama, agua y “aire acondicionado natural”,
el frescor que producían los chorros del estanque. El efecto que generan las
fuentes es agradable, gusta y pienso que nos beneficia; a modo de eslogan exclamaría:
¡ponga una fuente en su vida!, el setenta por ciento de nuestro cuerpo es
líquido y también nos pasamos nueve meses de gestación zambulléndonos en el líquido
amniótico. Nos sentimos cercanos a este medio acuoso y escuchar como fluye el
líquido elemento, va más allá de lo que percibimos por los sentidos de la vista
y el oído.
Hay pequeñas
fuentes que se pueden tener en el interior de la casa, incluso de sobremesa, y
el murmullo del agua al descender por los obstáculos que en su camino se
dispongan, así como el golpeo de sus gotas o chorritos, nos hablan, tal vez a
un lado profundo de nosotros.
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