Cuando nace un
niño, ¿nace para tener un carnet de identidad, para incorporarse a un plan de
estudios, para tener que trabajar hasta su vejez o para cumplir con una serie
de normas sociales, etc.?, no, ¿verdad que no, que todo eso es ajeno a quién es
el niño?, lo que sucede es que tiene que pasar por una “domesticación” bárbara
que le adapte al ritmo social y de comportamiento “normalizado”, también
llamado civilizado. De esta manera, el niño deja de ser la naturaleza
desapegada de casi cualquier contexto ajeno a él, para identificarse con el
contexto, creerse parte de él y a veces creer ser él, llegando a sufrir y enfermar por estas circunstancias.
Es difícil
compaginar el niño que somos con todo este maremágnum de situaciones, llamando
niño a lo que siempre somos, a esa parte auténtica de cada uno de nosotros que
siempre la somos, aunque haya quedado más o menos enterrada, tapada u olvidada.
El niño es esa frescura, esa curiosidad que continuamente nos motiva a aprender,
a conocer cosas nuevas, es ese gozo interior, la alegría despreocupada,
desinteresada, es la ilusión, el amor por las cosas y hacia los demás, es la
inteligencia innata que nos permite desenvolvernos en diferentes situaciones.
Está ahí, dentro de nosotros, es lo que nunca hemos dejado de ser, es nuestro
ser siempre despierto que espera que tomemos conciencia de él, sencillamente es
ese el camino al que tantas personas se refieren poniéndose, un tanto,
trascendente.
El quid de la
cuestión es llegar a Ser, situarse ahí, ser consciente de cuanto es y de cuanto
no es para no seguir engañados o para vivir lo uno o lo otro, pero sabiendo qué
es lo que se está viviendo. Se puede llegar a ser auténtico siempre y desde
ahí, siendo tú, vivir cualquier relación personal o social, la diferencia es
que te asiste lo que eres: la alegría, la plenitud, el amor, la energía y la
lucidez mental; ¡estás despierto! Nada de esto es extraordinario sino ordinario,
porque siempre lo somos, sitúate en el centro de ti mediante alguna acción que
te produzca inmensa satisfacción y no
pierdas ese centro que eres cuando la vives, mantenlo en el tiempo y pase lo
que pase, ya está, es así de fácil. Practícalo una y otra vez, mírate, ves cómo
te sientes, observa la tranquilidad interior, tu respiración profunda y
relajada, la paz interior que sientes; párate y sigue mirando, así eres tú, ¿de
dónde si no sale este estado de placer que sientes?
La mente, los
pensamientos, casi siempre responden a la personalidad aprendida, a la “domesticada”,
a la adaptada, pero no dejemos de tener conciencia de que somos ese del fondo,
capaz de expresarse de otro modo, con otros valores y con otra actitud. No
luchemos contra los pensamientos, comprendamos cómo va funcionando esto y si
fuimos victimas de un impulso, siempre tenemos la oportunidad de rectificar, de
poner las cosas en orden y de ser más nosotr@s mism@s.
No hay comentarios:
Publicar un comentario