Hace unos días
paseaba alrededor de la urbanización y comencé a oír las detonaciones propias
de los petardos. Se oía una tras otra y me imaginé a varios niños encendiendo
petardos y lanzándolos al aire para que explotaran. Imaginé a esos mismos niños
divirtiéndose, riendo, corriendo una y otra vez en dirección contraria hacia la
que estarían lanzando los petardos. Me lo imaginaba porque les oía, pero desde
donde estaba no les veía.
Al mismo
tiempo que pensaba en esa inocencia, pensaba en los vecinos de las casas
cercanas a donde sucedía aquello. Pensaba en las molestias producidas a esos
vecinos que quisieran dar una cabezadita, escuchar la televisión, estuvieran
enfermos y, ahora, sobresaltados.
Pensé en los
animales de compañía, que tanto sufren con el sonido de las explosiones de los
petardos y los fuegos artificiales. Pensé que la llegada de la Navidad no
debería ser un momento que permitiera molestar a otras personas.
Pensé en los
padres de aquellos niños, que habían ido a algún establecimiento a comprar
aquellos petardos, y comprendí que ponían en peligro a sus hijos, provocando
una molestia a los vecinos, y que lo habían hecho para ofrecer una diversión
egoísta a sus hijos. Sí, egoísta, porque lo que ha perseguido tal acto, es que
sus hijos lo pasen bien, sin atender a las repercusiones hacia el resto de los
vecinos y animales de compañía de estos. Solo han mirado por sus hijos, aunque proporcionándoles
un divertimiento que puede causarles daños.
Suelen ser los
mismos, una minoría, que repite cada año, perturbando la tranquilidad del
vecindario y no educando adecuadamente a sus hijos. Pues de esa manera no
advierten a sus hijos de que cuando explotan petardos, causan molestias a las
personas y a los animales. Los niños crecen viendo normal que ellos hagan lo
que le venga en ganas, en lugares públicos, sin consideración del resto de
personas y vecinos, lo que podrá crearle problemas en el futuro.
Hay que
empezar a educar por las pequeñas cosas, para que el respeto se instale en sus
vidas. Eso les facilitara una vida más respetuosa y con muchas menos confrontaciones
o discusiones absurdas con sus semejantes.
No educan
mejor los que más caprichos les dan a sus hijos, sino aquellos que les hacen
razonar que vivimos en comunidad, y que deben cuidarse de sus actos que puedan
repercutirles a otras personas. Mejor educan los que enseñan a sus hijos a
respetar los enseres que son de todos, los mobiliarios, las paredes, las
farolas, los cristales de las ventanas, los bancos, etc. Mejor lo hacen todos
aquellos padres que se preocupan de saber qué hacen sus hijos cuando ellos no
están delante y con quién se reúnen.
Como siempre
se ha dicho: “el arbolito hay que enderezarlo desde pequeñito”, solo así
conseguiremos un árbol hermoso, con un tronco fuerte y recto. Igual con los
chavales cuando comienzan a relacionarse, y se les va dando libertad o autonomía.
Se les debe haber enseñado una mínima educación para que se relacionen con
respeto.
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