Leemos poco porque nos distraemos
mucho, nos es más cómodo pulsar un botón y que nos distraigan, como es el caso
de la televisión o, pulsar igualmente otro botón, para poner en marcha nuestro
ordenador y jugar o pasar el tiempo en las redes sociales. Creo que una gran
cantidad de personas hacen eso, lo uno o lo otro, y en ese tiempo se puede
estar leyendo, conociendo el pensamiento de otra persona, disfrutando de su
creatividad, metido en una aventura mental, aprendiendo, etc.
No obstante, a mucha gente le cuesta
leer, no tiene el hábito, no siente curiosidad o, por tener una vida demasiado
orientada hacia la diversión externa, olvida cultivarse intelectualmente,
culturalmente y se deja llevar. Desde luego, cada cuál es libre de hacer lo que
le venga en ganas, ningún modelo de vida ha de ser una imposición para nadie, a
pesar de que las normas sean un tanto restrictivas y hay quienes las dictan
para conducir a la población como el que lleva ovejas o cabras a pactar. Una de
las formas de salir de esa rutina impuesta es la lectura, el pensamiento
propio, el hacerse consciente y el no doblegarse ante el absurdo y lo injusto.
Lo hermoso del conocimiento es
que podemos encontrar materia escrita de cualquier tendencia por la que sientas
curiosidad. Hay libros de todos los temas que te imagines y te interesen, con
la ventaja de poder conocer enfoques diferentes, debido a que son tratados por
autores distintos, muchas veces especialistas en el tema, lo que nos da argumentos
en varias direcciones con los que poder construir nuestra opinión, en base a
los diferentes argumentos expuestos en sus libros.
Siempre se ha dicho que una
población ignorante es más fácil de manipular, tal vez por ello abunden los
entretenimientos que no aportan nada importante a las personas. Antiguamente,
ante una situación delicada que afectara a la población y de la que tuviera que
tomar una decisión la jefatura del Estado o el Gobierno, nos atiborraban con
partidos de futbol. En ese tiempo, en esos días en los que la mente de millones
de personas estaban distraídas hablando de fútbol, los gobernantes colaban lo
que pretendieran casi sin que la ciudadanía se enterara de nada. También
habréis oído que el fútbol y la religión se les llamaban: el opio del pueblo.
Han sido a lo largo de la historia dos grandes vías de manipulación de masas,
aún hoy perduran y abanderan movimientos de un gran número de personas,
conducidas por la diversión, en un caso, o el miedo divino, en el otro. La
religión cada día tiene menos adeptos, sobretodo, entre la gente más joven. La
gente mayor ha sido la clientela más fiel de las iglesias, pero esa tendencia
está cambiando, a la gente joven no les preocupa la religión, no les llena, no
les dice nada, no practican y no van a los templos. Hay pocas personas que accedan
a los seminarios para convertirse en sacerdotes y contradecir su naturaleza
humana y física. A los jóvenes les gusta practicar sexo y vivir de un modo que
la religión condena, al fin y al cabo, nos vendieron la mejor novela escrita en
el mundo, la Biblia, pero eso no ha sido suficiente para someter a toda la gente
por los siglos de los siglos, aunque ya el negocio les viene durando demasiado.
Es imposible creer en un Dios que solo protege a algunos, al mismo tiempo que
se desentiende de otros: los del avión que se estrella, los del autobús que cae
por un barranco, los inocentes que son bombardeados, los pobres que mueren de
hambre mientras existe una riqueza incalculable en manos de los que manejan
todo esto, llamado iglesia y religión católica. Dios tampoco evita que ciertos
niños nazcan con problemas que les impiden vivir de un modo normal, no pido más
para ellos. El todopoderoso tampoco impide que algunos padres cabreados
asesinen a sus hijos por celos ante la separación de su pareja. Por supuesto,
un niño bueno, como era Gabriel, tampoco era merecedor de que Dios hubiera
puesto su mano para librarle del fatal final… ¡vamos a dejarnos de cuentos!
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