La Semana Santa, una semana como
otra cualquiera, aunque más molesta. Tiene siete días, hay más multitud de
personas concentrada en puntos concretos de la ciudad, hay calles cortadas al
tráfico y ruidos de tambores. Hay apropiación de la calle por parte de la
Iglesia, aunque dirán que no tiene nada que ver la iglesia, que son hermandades.
El centro de atención de los medios, en esta semana, es precisamente esa
exhibición religiosa por toda la ciudad. Me vuelvo a preguntar: ¿qué sucede con
la ofensa a los sentimientos no religiosos?
La tradición es algo que me
repatea, nunca he entendido su imposición o, mejor dicho, su permanencia en el
tiempo. Creo que son cosas de su tiempo, pero que después de ello, hay que
evolucionar, no quedarse anclado al pasado. Yo creo que la tradición perdura
porque se vende tradición, tiene un sentido comercial para la ciudad y los
empresarios de la misma. De lo contrario, creo que nadie se interesaría por las
costumbres antiguas y se olvidarían.
Soy incapaz de salir de casa para
ver cofradías, meterme en una bulla de gente, el incordio de no saber dónde
dejar el coche… además todo esto es contrario a mi sentir, a mi verdad, así que
paso. Hay quien dice que lo que le gusta es el arte de las figuras que se
representan en los pasos. Hay quienes disfrutan escuchando las marchas que
tocan las bandas que acompañan a las procesiones. Hay quienes van porque se
sienten obligados por dar a conocer a sus hijos o nietos esta manifestación
religiosa-festiva. Hay quienes disfrutan de unas mini vacaciones en esta
semana, y se marchan de sus ciudades a otros destinos. Algunos no alteramos
nuestras costumbres, seguimos haciendo lo mismo que hacemos cualquier otra
semana, no hay motivo para cambiar nada.
Estas cosas metidas desde
pequeños, están metidas en sangre, para muchos resulta casi una droga que la
viven a tope, siguiendo los itinerarios de cada hermandad, viendo a una en un
lugar determinado de la ciudad y, a otra, en otro punto. Así se pasan toda la
semana y terminan destrozados pero contentos. Como vemos hay para todos los
gustos, pero por encima de todo se desatiende el carácter aconfesional de
nuestro Estado español. Es una semana en la que se impone el sentido religioso
exhibido por las calles, algo que no debía estar permitido. Quien quiera
practicar y disfrutar de lo religioso, que lo haga dentro de los templos, en
las iglesias, sin inmiscuirse en la marcha de la ciudad, sin imponer ningún
ritmo religioso a los que no sentimos de esa manera. Eso es respeto, Los que
quieran que practiquen su religión en su templo sin ser molestados, pero que no
nos hagan participes de sus convicciones a los demás.
Esto es como en los tiempos
antiguos, en los que todos los poderes se rendían a los poderes eclesiásticos,
de ahí los privilegios con los que cuentan la Iglesia, hasta hace bien poco no
pagaban IVA, no pagan IBI de los edificios dedicados al culto, reciben
subvenciones públicas, etc. ¿Por qué en un Estado aconfesional tenemos que
correr con parte de sus gastos?
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