Tenemos un
problema de fondo que se llama: educación. No sabemos comportarnos
adecuadamente frente a los demás, y no sabemos respetar a otra gente. Creemos
que dar toda la libertad para que los más pequeños hagan lo que se les antojen
es ser mejores padres, pero estamos en un grave error.
Hoy es sábado
y unos vecinos han debido invitar a algunos amigos y amigas, todos ellos
pequeños de entre ocho y diez años, me imagino. Entiendo que jugaban fuera y
dentro de la piscina, al tiempo que el vocerío alcanzaba todas las casas
cercanas. De cuando en cuando se oía la voz de algún mayor que les aconsejaba
tener cuidado, supongo que los veía demasiado agitados como manifestaba el griterío,
pero jamás se escuchó a nadie decirles que bajaran la voz o que callaran, ni
que le explicaran que sus gritos podrían ser molestos para los vecinos, ¡eso no
les importaba!
Damos por
inaugurada la temporada de baños, durante toda la mañana me lo han hecho saber
los alegres críos que seguro se lo han pasado en grande. Lo entiendo hasta un
cierto punto, pero los jardines de las casas no son recreos de colegios, y lo
peor es que falta nivel educacional en los mayores, que al no poseerlo,
irremediablemente, no son capaces, no pueden, enseñarlo a su prole. Es así como
se hace una cadena de gente molesta para la convivencia, que no se dan cuenta
de la incomodidad que ocasionan, así que cuando se les llama la atención, si se
hace, es mejor haber ido a casa de esas personas, pertrechados, porque nunca aceptan
que son personas molestas.
Comprendo que
a ciertas personas los niños les quemen mucho, que se llevan demasiadas horas
frente a los dibujitos que emiten en televisión, o que se les siente a propósito
para que los padres se puedan relajar. Por estos motivos, algunos llevan los
niños a casa de los amigos, y cuando ven varios metros cuadrados de jardín, les
sueltan a que desfoguen, pero aún así no está reñido con no permitirles dar
gritos, porque no es que uno solo de los niños grite, sino que lo hacen casi
todos; unos antes, otros después, en definitiva casi no existen los segundos de
silencio, es un chillido continuo diría yo. Son notas agudas que penetran en
las estancias de tu vivienda, riéndose del doble cristal aislante y faltando
poco, debido a su volumen, para creer que por el pasillo te pueden aparecer de
repente cinco o seis niños corriendo alocadamente.
Esto es lo
último, pero ustedes bien saben que en el vivir diario se dan una cantidad casi
interminable de circunstancias estresantes, ajenas a tu voluntad, pero con las
que tenemos que interaccionar involuntariamente, que todas apuntas a esos
gestos provenientes de la falta de educación. Es difícil estar atentos al
instante y darse cuenta de la acción, así como de sus consecuencias. Es,
igualmente complicado, para algunos comprender que su libertad debe acabar
cuando se le falta el respeto a los demás, cuando se les crean molestias a
otros, etc. Y falta todavía mucho, para que el causante de esas contrariedades
acepte de buen grado y con humildad el reproche o la llamada de atención del
que ha sido perjudicado.
Si las
escuelas son para formarnos culturalmente, y las familias para educarnos, pero
estas no están a la altura, no podemos exigir a la escuela lo que no es su cometido,
¿cómo podrán aportarlo las familias al no estar preparadas?
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