Salgo esta
mañana y encuentro a una pastora alemana, adulta pero no muy mayor, cariñosa y
con buena planta, que comienza a seguirme como si fuera su dueño. Los perros aparecen
por la urbanización, de cuando en cuando, como por arte de magia, pero claro,
hablando con una vecina con la que coincidí, me refiere que el día anterior vio
un coche negro pequeño en dirección hacia la salida de la urbanización, al que
seguía la perra corriendo. Seguramente, algún desaprensivo la apeó del coche y
se diría para sí: “como hay muchos chalets con parcelas, seguro que alguien se
la queda”, ¿y si no es así, qué?, ¿qué le espera al animal? Lo que ha hecho esa
persona es crear un malestar a personas que nos gustan los animales, que
sufrimos al ver casos como este, y que nos echamos a la vecindad encima en
cuanto le pongamos comida y agua (un mínimo gesto humano que la sociedad
castiga y reprende).
No entiendo
esas leyes que multan las acciones compasivas y de ayudas a los animales que se
encuentran perdidos o abandonados. Algunos entendemos que todos los seres vivos
somos uno en el fondo, solo la energía de vida que nos une con todos, y
sentimos como una crueldad volverlos a abandonar, no atendiéndoles, tras haber
sido abandonados por sus dueños.
Pero es que la
ley tiene anormalidades como la que persigue a los indigentes, que no teniendo
recursos de ningún tipo, optan por rebuscar en los contenedores para conseguir restos
de comida. ¿Cómo es posible que sus señorías, gorditos, bien alimentados y sin
necesidades no resueltas, se sienten un buen día para acordar que a esas
personas pobres hay que multarlas con 700 euros? Si no tienen ni para comer,
¡pedazos de ignorantes!, ¿cómo van a poder hacer frente a la sanción? Con esas
actitudes políticas, ustedes mismos evidencian vuestra falta de sensibilidad y
amor por el prójimo y demás seres vivos, ¡habéis errado la profesión!
Ahora la moda
es mostrar falsa compasión por los animales y comienzan a prohibir el maltrato
animal en las fiestas de los pueblos. Lo veo bien, porque no hay que castigar a
los animales para que proporcione diversión a la gente, por mucha tradición que
tenga dicha festividad en esa determinada localidad. Pero digo que es falsa
compasión, pues es plena incoherencia, prohíben las fiestas que giren alrededor
del castigo hacia los animales, pero no se atreven con corregir, que no digo
prohibir, lo que se pueda y no se pueda hacer a un toro en una plaza, ¡con la
iglesia hemos topado! Se puede regular el espectáculo del toreo para que solo
se pueda torear, pero no hacerle ningún daño al animal. Que ni se le ponga
divisa, ni se le pique, ni se le pongan banderillas y, por supuesto, no se le
pueda matar; sino que una vez finalizada la faena del diestro, que sea devuelto
al campo, a la libertad y a la vida.
En todo esto
de la protección animal se están aplicando dos o tres varas de medir
diferentes, como acabamos de leer, a unos toros se les protege y a otros que
Dios los bendiga; al resto de los animales se les puede quitar la vida. No es
cierto que tengamos que consumir carne para alimentarnos, hay otras proteínas
provenientes de frutos secos y otros alimentos para los que no hace falta el
sacrificio de seres vivos, a los que los humanos le truncan la vida por “un
derecho divino adquirido o concedido a sí mismos”.
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