Esta mañana
estuve en el complejo hospitalario Virgen del Rocío de Sevilla, edificio de
traumatología, y para más señas en la segunda planta. Estuve esperando un
médico con quien tenía que comentar unos detalles sobre la enfermedad de un
familiar. Cuando me dirijo a los ascensores, porque iba con mi padre que tiene
ochenta años y quería evitarle las escaleras, nos encontramos un numeroso grupo
de personas frente a las puertas, y las luces indicadoras de la dirección en la
que marcha el ascensor, la misma que señala que se requiere acuda a esa planta,
encendidas. Esperamos unos cinco minutos y los ascensores no llegaban, solo
funcionaban los dos de los extremos, porque el del centro lleva todo el verano
averiado, con un cartel en el centro de su puerta, advirtiendo de estar fuera
de servicio.
No nos quedó
más remedio que subir por las escaleras, y como habíamos entrado por la planta
semisótano, debimos de subir dos tramos por cada planta, o sea, seis tramos
para alcanzar la planta segunda. Cuando llegamos pudimos ver qué sucedía en los
ascensores, el señor que reparte unos recipientes verdes y altos, como de 1
metro de altura, tenía medio ascensor lleno de ellos, más llevaba una especie
de carretilla donde portaba algunas bolsas de plástico marrones. El operario
andaba, por ambas alas de la planta, llevando bolsas y recipientes de un lado
para otro, pero como no pensaba más que en su trabajo, dejó la carretilla y una
caja de cartón obstaculizando la célula fotoeléctrica para impedir que el
ascensor se cerrase. El resultado es que pudo estar, aproximadamente, media
hora el ascensor inutilizado en aquella planta, el del centro de los tres
averiado con su cartel anunciador, y el tercero, único ascensor en servicio del
edificio subía y bajaba hasta los topes, por lo que nadie podía entrar en él
cada vez que hacía una parada en la planta.
En lo público
es muy corriente que sucedan estas cosas, no hay jefes que llamen la atención y
los operarios o trabajadores van a lo suyo y a lo que les resulte más cómodo.
Pocos miran por la gente, que después de todo somos los que aportamos dinero con
las retenciones de nuestras nóminas y los impuestos que se abonan.
El operario
iba y venía, siendo incapaz de pensar en los demás usuarios del centro
hospitalario. No se le ocurría liberar el ascensor e ir acumulando los
recipientes y las bolsas en la carretilla, pero fuera del ascensor. Entonces se
hacían las cosas bien, no se molestaba a nadie, no se anulaba la capacidad del
edificio, y cuando se hubiera terminado, que hubiera llamado al ascensor y
cuando hubiera acudido, lo hubiera cargado y hubiera seguido su ruta de
trabajo.
Estuve tentado
en varias ocasiones de quitar la caja de cartón y sacar el carro, para que el
ascensor hubiera seguido dando el servicio para que el que fue diseñado, pero
pensé que si ningún responsable le llamaba la atención y el operario trabajaba
de ese modo cada día, ¿qué iba a solucionar con que un día hiciera yo aquello?
De nuevo, solo me sirvió para ver que hay mucha gente que no está preparada
para vivir en sociedad. Existe demasiado egoísmo en las acciones de algunas
personas como ha sido el caso de este operario, y mucha pasividad de unos
responsables inexistentes, que solo ocupan cargos para llevarse un abultado
salario.
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