Si el sistema educativo fuera
otro tendríamos el mismo problema de fondo: memorizar para aprobar exámenes.
Aprender ha de llegar más lejos, ha de servir para mucho más que retener unos
datos por un corto periodo de tiempo. Por eso, el problema no puede estar en si
el alumnado tiene que hacer o no hacer pruebas de reválida. El alumnado dice
que no se lo quiere jugar todo, el pase a los Institutos o a las Universidades,
en una prueba. Si observan, la inseguridad estudiantil es la que propicia el
sistema educativo en general, se llame LOMCE o como queramos designarlo.
Formarse no puede ser aprender
ciertas cosas, o muchas de ellas de memoria para superar exámenes. Tampoco
puede seguir siendo un sistema por el cual se licencian jóvenes que no tienen
ninguna experiencia de trabajo real. Tres meses de práctica en alguna empresa,
enseñan bien poco de las situaciones que se dan en la calle. Hay que estudiar
sin estructuración de cursos, hay que dejar de competir solo para decir estoy
en tercero, en segundo o en cuarto. Tiene que haber una cantidad de
conocimientos y habilidades que se ha de aprender antes de poder ejercer la
profesión de que se trate; y eso solo se adquiere sumando a los contenidos
teóricos los prácticos, pero no como se hace ahora, en un taller privado donde
nada se parece al mundo real de ahí afuera. El trabajo ha de ir parejo al
estudio. O sea, que cuando alguien se matricula en algunos estudios, se ha de
generar al mismo tiempo un puesto de trabajo provisional que durará todo el
tiempo hasta que finalice sus estudios. De tal modo, que los alumnos y alumnas
tendrán que simultanear formación y trabajo real. Al finalizar su formación
contarán con la pericia suficiente y la seguridad necesaria para el desempeño
de la profesión elegida.
Por eso, no se trata de pelear
contra el sistema impuesto por tal partido o el otro, sino que hay que cambiar,
definitivamente, el sistema educativo. Sin presión de exámenes memorísticos que
no van a ningún lado provechoso. Ese es el principal hándicap del sistema de
formación en nuestros colegios, institutos y Universidades. El culpable el
propio método aplicado, en el que la gente valora más el pasar de curso y los
títulos, que el saber en sí, la preparación y la experiencia aprendida. No se enseña
motivando al alumnado sino con el miedo de las calificaciones. Los profesores
siguen un guión previsto, llegan a clase, sueltan el “rollo”, llenan pizarras
de formulas y datos, se despiden y hasta la clase que viene. Los temas son
densos y el profesorado no sabe, en muchos de los casos ni el sistema lo prevé,
llegarle al alumnado… a muchos ni les importa.
Para descubrir la fórmula
adecuada o correcta hay que atreverse a soñar, y la mitad de las autoridades
sobre las que reposa la responsabilidad de poder decidir sobre los planes de
estudios, métodos de trabajo, etc., son demasiados cuadriculados para hallar
soluciones satisfactorias, lógicas y humanas.
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