El otro día veía un programa
acerca de la producción de arroz y cómo algunos gobiernos almacenaban grano en
grandes cantidades para ponerlos en circulación cuando les parecía adecuado
para influir en el precio de tal alimento básico. En concreto estuvo centrado
el programa en Filipinas, uno de los mayores productores de arroz, también
mostraron un centro donde almacenan semillas de arroz de todo el mundo, para
ser usadas si por razones determinadas se extinguen algunas variedades. Lo
sorpresivo para mí, era que hubieran clasificados cientos de miles de arroces
diferentes, que solo se podía explicar, según se desarrollaba el programa, por
la masiva investigación que ciertas multinacionales efectuaban sobre este
alimento, tratando de modificarlo genéticamente en busca de nuevas propiedades,
que eran las que podían patentar. De esa manera, vendían arroz con nuevas
propiedades, por ejemplo: resistente a las lluvias torrenciales, o a tal
enfermedad, o a la invasión de tal insecto, o daba producciones más rentables
para el agricultor, etc. Todo esto suena bien y suena también a negocio, pero
cómo va eso con la información que reciben nuestros cuerpos cuando son
alimentados con alimentos modificados genéticamente por la mano del hombre. ¿Se
digiere igual, tiene los mismos nutrientes, produce alguna reacción interior de
defensa de nuestro organismo?
ALMACÉN DE SEMILLAS DE ARROZ
Esas multinacionales hablaban con
los agricultores, les daban cursos sobre sus productos y el mejor modo de
usarlos, les subvencionaban aportando maquinaria para hacerles el trabajo más
fácil, pero evidentemente nada era gratis, debían plantar los arroces que ellos
deseaban experimentar así como usar los productos fitosanitarios de su marca.
De nuevo nos encontramos en el medio en el que importa la explotación máxima,
el rendimiento máximo por metro cuadrado y en ningún momento se habló de la
calidad alimenticia de esos arroces modificados… lo que querían es mucho grano
por unidad de superficie, aunque su precio fuera muy bajo. Sin embargo, en el
documental viajan a una zona adentrada de la selva, donde siguen viviendo
personas más próximas a los indígenas de aquel lugar, que cultivaban en
terrazas que ocupaban toda la ladera de grandes montañas y que llevaban toda la
vida sembrando una variedad original, sin modificación artificial de ningún
tipo, sin ser tratado químicamente, que según dijeron podría llegar a valer 10
dólares el kilo en el mercado de Manila. Un precio mucho mayor al que se pagaba
por el arroz que cultivaban masivamente los demás agricultores, pero de
propiedades nutritivas mucho más deficiente. Además, las multinacionales ponen
en mano de los agricultores un arroz que es hibrido, que no sirve para
reproducirse, que no se puede volver a sembrar; de manera que tienen que volver
a comprar semillas cada año, mientras que los descendientes de los indígenas seleccionaban
un manojo de plantas de las más poderosas de cada cosecha para utilizarlas como
semillas para la próxima siembra. Ya comprendo que el principio de una empresa
es ganar dinero, pero es que han llegado al punto en el que vale todo,
ignorando las repercusiones a largo plazo de lo que están haciendo hoy. La
calidad o la excelencia se ha trocado en más cantidad a cualquier precio, que
se satisfaga la vista aunque no nutra o nos lleve a estar enfermos. A ver quién
es el guapo que demuestra que tal o cual enfermedad se adquiere por consumir,
durante años, productos modificados genéticamente y tratados con productos
fitosanitarios peligrosos para la salud de todos los seres vivos. Ninguna
autoridad parece alzar la voz mientras que las empresas del veneno paguen sus
impuestos… ¡qué pobre sociedad hemos creado!
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