Me gusta escribir, para mí es una
terapia, es una reflexión, es el placer de compartir algo que me gusta hacer.
Cada mañana me levanto temprano y escribo, me siento escritor, como en la
obligación de hacer llegar una reflexión a mis lectores. Me vivo, en esos
momentos, como columnista de algún medio de comunicación, es como si tuviera un
espacio en un diario.
Es un momento muy especial y
relajante, dejo fluir la mente y el corazón. Las letras van completando el
papel virtual que ocupa la pantalla del ordenador. A veces se de qué voy a
hablar, pero otros días como hoy no tengo ni idea, pero me he acostumbrado a
tener mi ratito de escritura, de creación o inspiración, y le llamo, la reclamo
y le doy su espacio. Intento estar conmigo, sentir lo que escribo, y de alguna
manera siempre me asiste el propósito de que lo que comparta aporte algo.
Creo que voy aprendiendo a mirar
dentro, a sentir, y me gusta compartir lo que hallo más útil, lo que nos puede
servir a todos, aquello que puede hacer comprender algo a alguien por si se
puede autoayudar. Nadie puede realizar el cambio por ti, solo tú puedes ver lo
que pasa en tu vida, cómo la estás viviendo, cómo te sientes, y decidir qué
quieres hacer con ella.
Solo tú tienes el poder último
para transformar e interpretar como vives las situaciones, depende de la
lectura que haces, de la importancia que des a lo que te llegue del exterior.
Si no le das importancia es como el que oye llover, no va con él y no le
afecta, pero de lo contrario puedes enfermar, sentirte vulnerable, crees que
eres machacado por el otro cuando eres tú el que te estás machacando, por el
exceso de importancia que depositas en lo que el otro dice. Nadie te puede
hacer nada que tú no te hagas a ti mism@.
Esto último es difícil de
controlar, lo se, nos ofendemos con cierta facilidad, nos sentimos agredidos,
interpretamos las acciones de los demás y erramos, además de excedernos en
nuestras atribuciones. ¿Quiénes somos nosotros para valorar lo que hacen
otros?, mucho menos nos corresponde dirigirles, manipularles o aconsejarles
como solemos hacer tan gratuitamente. Nadie nos ha dado velas en aquel
entierro, debemos mantenernos al margen mientras no pidan nuestra ayuda. El
consejo siempre es muy peligroso darlo, porque cada cual tiene sus
circunstancias, y lo que nos vale a nosotros puede no ser útil al otro.
Debemos ser muy prudentes y tener
el máximo respeto al otro, dejando que sea él quien decida, quien escriba las
páginas de su vida. Esto cuesta cuando de un hijo se trata, por ejemplo,
siempre nos tomamos más atribuciones y derechos de los que nos confiere nuestra
condición de padres. Pues aún siendo padres, no es suficiente, como para
dirigir la vida de nuestros hijos, que en nuestro afán de ayudarles, caemos en
el error de facilitarles el camino a tal punto que se acostumbran a no buscar
soluciones a sus problemas, y deben de hacerse responsables de sus vidas por su
bien.
Solo hay algo que nunca falla, amar,
amar desinteresadamente, decir todo lo bueno que ves en el otro, respetar la
libertad del otro. Esto es un todo en uno que aporta calidad en la relación con
los demás, pero hay que llegar a verlo y comprenderlo hasta que riges desde
otro lugar desde donde estos valores o cualidades salen de forma natural y
fluida. Esto hace grandes a las personas, desinteresadas, colaboradoras, haciéndoles
sentir un gran aprecio y respeto por todas las personas.
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