Todos tenemos
una opinión subjetiva y personal de cada hecho, por eso, cuando hablamos
tenemos la sensación de no entendernos con nuestro interlocutor. En mayor o
menor medida solemos sentir displicencia cuando intentamos convencer, o al
menos que entiendan lo que queremos decir. Cada día, cuando se debaten puntos
de una cierta importancia, surgen versiones diferentes, tantas como personas
intervengan en la discusión. Es lógico y todos tenemos el derecho a hacerlo,
pero no podrán negarme que es difícil y muy frecuente.
Somos
complejos porque hemos forjado una personalidad múltiple, compuesta por las
ideas de nuestros educadores, padres, amigos, vivencias o experiencias, así
como afirmaciones que hemos adoptados o a las que hemos llegado tras algunas
reflexiones. Nuestra personalidad, por tanto, tiene muchos aspectos propios y
ajenos que toman la palabra cuando debatimos con alguien, y como dijo alguien: “dos
son multitud”, imagínense “tanta gente” metida en una sola mente. Peor aún, se
encuentran los muchos de tu mente, con los muchos de la mente del otro y,
entonces, se da un galimatías, donde cada uno va por su lado, elevando el tono
de voz para tratar de acaparar el turno de intervención y hacer ver que lo que
defiende es verdad. Pero alzar la voz no es sinónimo de llevar la razón, ni
siquiera, de que con esa práctica se convenza más a su interlocutor.
¿Cuál es el
trabajo a hacer? – simplificar. Descubrir quién o quiénes hablan por nosotros
cuando hacemos uso de la palabra. Moderar nuestra vehemencia de defensa de las
ideas. Tratar de comprender al otro, ¿por qué dice lo que dice, o defiende lo
que defiende? Tal vez, el otro esté más acertado, quizás lleve razón, nosotros
podemos estar equivocados. La exposición que hace el otro puede darnos la
oportunidad de entender el problema, o asunto que se aborda, desde un nuevo
punto de vista. Es imprescindible, mostrarse y ser flexible para llegar a un
entendimiento, sin alcanzar cotas de agresividad o intolerancia, que sean perjudiciales
para ambos.
Cuando se pone
un tema sobre la mesa, generalmente, se habrá debido a que inquieta a alguna de
las partes y, posiblemente, quien abre el dialogo tenga flecos sin resolver,
dudas sobre el asunto, y busca, puede que sin darse cuenta, una visión
diferente o una ratificación de la suya. Puede ser que se busque más
información, y se quiera completar con la que puedan aportar los demás. De
cualquier manera es interesante y positivo debatir, aunque muchas personas lo rehúyen,
cambian de tema bruscamente, hacen un chiste para distraer la atención y
desviarla. Todos tienen sus razones para actuar de un modo u otro, tratan de
evitar confrontaciones porque ellos no sabrían debatir sin llegar a la
discusión acalorada y alterada. No les es agradable, y en su buena fe, quieren ahorrárselo
a los demás, pero de ese modo nadie debatiría con nadie, nos conoceríamos menos,
y aprenderíamos poco.
Es bueno
abordar temas que nos inquietan o nos gustan. Es bueno compartir información,
se aprende con ello. Es necesario prestar atención al otro y dejar que concluya
sus intervenciones, para conocer su punto de vista. Tenemos que ser respetuosos
y educados, lo que no quiere decir que no podamos defender nuestras ideas o
manifestarlas. Hay que tratar de no herir o dañar a nadie cuando se habla.
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