Vivimos una
vida artificial que las leyes permiten para beneficiar y dar prioridad al
comercio, antes que mirar por la salud de las personas. Esta es la situación
actual y que nadie se llame a engaño. En las principales ciudades tienen que
tomar medidas, frecuentemente, para parar el tráfico, ralentizar la velocidad a
la que se puede circular, o permitir el uso de vehículos con alternancia, según
sean pares o impares los números de sus matriculas. ¿Esto que lo hacen para
molestar a los ciudadanos? – ni mucho menos. Se hace porque los niveles de
contaminación en el aire son tremendamente perjudiciales para la salud. Porque
hay demasiadas sustancias nocivas disueltas o en suspensión en el aire. Los
fabricantes de automóviles y los productores de combustibles fósiles, mandan.
Sus imposiciones hacia los Gobiernos permiten que sus prácticas de negocios
primen sobre nuestra salud.
No estamos a
salvo ni siquiera en nuestras viviendas, pues la propia degeneración de los
materiales constructivos, así como la naturaleza de algunos de ellos, son en sí
mismos una fuente de contaminación que se transmite al interior y es respirada,
o se pone en contacto con los ocupantes de las mismas, provocando, a la larga,
enfermedades crónicas o graves. Puede también ocurrir que la vivienda se haya
construido sobre un terreno no adecuado, o que haya sido rellenado con
materiales sobrantes de minas, que lleven una buena cantidad de sustancia
tóxica o radiactiva, que posteriormente se libere en forma de gas y se
introduzca por las grietas del sótano de la casa, como sucede con el gas Radón,
responsable de un gran número de cánceres de pulmón. El gas Radón no huele y es
invisible, tan solo se puede detectar haciendo las correspondientes mediciones
con los equipos específicos para ello.
Hay otras
fuentes de contaminación y peligro para nuestra salud, como son la insuficiente
ventilación de las viviendas. También la contaminación de los sistemas de
ventilación de los edificios, el uso de plaguicidas y otros productos
fitosanitarios, en las inmediaciones, suministrados en proporciones no adecuadas
o de un modo poco apropiado. El uso de desinfectantes, productos de limpieza,
etc., que incluyen cantidad de productos químicos en sus composiciones, que se
evaporan y son respirados. Los gases procedentes de la combustión, por ejemplo:
del tabaco, las cocinas, el termo de butano, o los gases procedentes del
tráfico rodado o las chimeneas de las industrias.
A todo lo
dicho, que es a todo lo que estamos expuestos a diario, tendríamos que añadir
la cantidad de sustancias extrañas que introducimos en nuestros cuerpos cuando
nos alimentamos: saborizantes, colorantes, acidulantes, potenciadores del
sabor, aditivos en general de todo tipo, que a la larga producen daño en
nuestras funciones vitales. Sobre todo cuando se consumen con regularidad
productos industriales, enlatados, manipulados y preparados para hacerlos
llegar en buenas condiciones y puedan aguantar más tiempo hasta su consumo, se
les atiborra de conservantes y toda la gama de aditivos; siempre con la excusa
de que son cantidades mínimas como para dañar a nuestro organismo. El problema
es que un poquito de este alimento, otro poquito de aquel otro, etc., son
demasiados poquitos, que se acumulan en nuestros cuerpos. ¿Es una vida
artificial y peligrosa, o no lo es?
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