Yo me planto,
este es mi deseo, no quiero seguir alimentando un mundo irreal, construido en
la mentira y soportado por la misma. No deseo ser parte o contribuir a un mundo
desnaturalizado y deshumanizado. Si analizamos apartado por apartado de este
mundo que hemos creado, mucho es materialismo y egoísmo, arrogancia,
revanchismo y prepotencia. Faltan los valores morales, faltan los sentimientos,
el amor, la educación y el respeto.
Estamos
peleando entre nosotros, compitiendo con nuestros semejantes en lugar de
proyectar algo en conjunto. Nos dedicamos a sustituir la obra de otros, para
hacer prevalecer la nuestra y, mientras tanto, el tiempo pasa, la vida se va
consumiendo y la locura de las carreras no cesa. Corremos hacia muchos lados a
la vez, estamos muy dispersos. Actuamos sin ton ni son, queriendo atender tantos
asuntos que nuestras capacidades se ven rebasadas, al menos, se encuentran al
límite del estallido.
Se ha
instalado un método de vida que a pocos satisface. La gente no sabe para qué
sirve, para qué tiene cualidades, y la educación escolar o familiar no sabe descubrirlo
ni fomentarlo. Hay una línea fijada de compromisos y de “normalidad”, que
conduce nuestros pasos como si fuéramos zombis. Al mismo tiempo, hay un grupo
más o menos numeroso de personas que han
descubierto la grieta del aprovechamiento del esfuerzo de los demás. Es una
forma de esclavitud moderada, en la que imponen qué hacer, cómo hacerlo, y en
qué condiciones se compensan esos esfuerzos. Todos lo pagamos, además de con
nuestros esfuerzos, con el tiempo de nuestra sagrada vida, con muchos disgustos
y mucho sometimiento, a veces, contrariados, disgustados, y con algunos
llantos. ¿Quién no ha pasado o está pasando por ahí?
A mi solo me
quedan las ganas de decirlo otra vez: “Yo me planto”. Estoy harto de que unos
pocos se hayan hecho con el timón del barco de nuestras vidas. Somos nosotros,
los ciudadanos los que deberíamos fijar las condiciones del sistema político.
Los que deberíamos pactar las leyes por las que nos queramos regir. Es nuestra
vida, es nuestra sociedad, son nuestros dineros y, por tanto, deberíamos ser
nosotros los que dispusiéramos el modelo de sociedad que queremos, para vivir
del modo que nos apetezca a los ciudadanos, no a los banqueros, no a los
políticos, no a los usureros del dinero y la explotación humana.
Hace tiempo
que todos esos nos dejaron de escuchar. Hace tiempo que todos esos lo vieron
claro, entendieron que tenían a su servicio un potencial humano al que extraer el
jugo, en forma de rendimiento productivo, siempre rigiéndose por la famosa
frase: “conseguir el máximo beneficio, con la mínima inversión”. De esta forma
nos han ido ninguneando, hasta solo ser un número de NIF que contribuye con sus
impuestos, en la cantidad que estipulen nuestros empleados, para que alcance
todas sus malversaciones de capitales, los sobreprecios de las obras, las
comisiones y la financiación ilegal de los partidos políticos. Todo sale de
nuestros bolsillos, en la medida y fecha fijadas por nuestros empleados. Pero
es que estos son unos empleados muy especiales. Son ellos los que dicen cuanto
van a ganar, cuales serán las subidas salariales de ellos y las nuestras; por
supuesto, la de ellos no tiene nada que ver con las nuestras. Ellos se harán
ricos al final de su legislatura, nosotros seguiremos unos pobres dependientes
de nuestros precarios trabajos. Esto es una realidad que soportamos porque
somos unos calzonazos. No nos atrevemos a exigir en serio un cambio de rumbo de
todo este disparate, ¿saben por qué no tenemos fuerza?, pues porque no nos
unimos, peleamos entre nosotros, y de esa desunión se valen los “listillos” de
turno para imponernos sus condiciones, las que más les benefician a ellos y a
su sistema blindado de privilegios. Eso sí, a nuestra costa. La fiesta la
pagamos nosotros por gilipollas.
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