No entiendo como hay seres
humanos capaces de soportar el día a día de una guerra, esa lucha extenuada e
irritante en la que es poco menos que imposible descansar, dormir, alimentarse
bien o dar un paso sin estar en peligro de muerte. Las barbaridades que se
cometen, las mentiras que se hacen correr para engañar al enemigo, la censura y
secuestro de los medios para que se diga lo que se pretenda difundir. El miedo
y el horror, las destrucciones materiales, los cadáveres en las calles, el olor
a pólvora, a quemado y a cuerpos en descomposición. No hablo de una película de
Steven Spielberg, que seguramente sea capaz de reproducir parte de lo relatado,
hablo de guerras de verdad en la que los silbidos de los proyectiles que vienen
a explotar cerca, no te dejan vivir.
Acabo de leer una biografía del
Dalai Lama que ofrece una visión amplia del conflicto de China con el Tíbet, el
exilio del Dalai a territorio indio, las luchas y la represión que ejerció
China sobre el pueblo tibetano, la cantidad de acciones con resultados de
cantidad de tibetanos ajusticiados que te va dejando el cuerpo en función de
cómo parece ha sido la historia en el mundo, desde que se conoce o se ha
recogido por escrito, amén de las posibles invenciones por intereses de las que
no estamos exentos. Ahora estoy acabando otro libro de Arturo Barea, se titula “La
llama”, es el tercero de una trilogía llamada: “La forja de un rebelde”, en el
que plasma el Madrid del 36, cuando se inició la guerra civil española. Es interesantísimo,
me tiene pillado, todo expresado con un realismo que te hace vivir el momento,
casi haciéndote sentir ese estado de alerta propio que sentía el escritor al
verse involucrado en todo aquel acontecimiento bélico. He querido citar ambos
libros porque te hacen comprender la crudeza de las contiendas militares, la
destrucción material, moral y vital que acarrean. La ruina que significa para
los pueblos y las personas, el precio tan elevado que se paga por el dichoso
poder, pues al fin y al cabo es lo que se pone en juego, unos y otros quieren
mandar en algún territorio o sobre unas gentes. Es pura cabezonería que los que
dicen llamarse estrategas no llegaran al límite de la paciencia y del dialogo,
sino que decidieran liarse a cañonazos los unos con los otros. No se dieron una
tregua, no se prohibieron a sí mismo el uso de la bestialidad con visos de
muerte y desgracia para todos.
Estas lecturas te alejan de la
irracionalidad al tomar conciencia de la aberración de un comportamiento
demente. Estoy seguro que con voluntad y palabras se pueden llegar a acuerdos
que evitan las guerras. Comprendo que el dialogo es posible siempre que ambas
partes estén de acuerdo en dialogar, pero si esos no son capaces de consensuar
deben ser sustituidos por otros negociadores de ambos bandos, cualquier cosa
civilizada e inteligente antes que asesinar indiscriminadamente, que es lo que
hace la guerra. Algunos dicen que hoy hay tal tecnología que se asesina
selectivamente y con precisión, ¡será así!, pero siempre caen bombas en
colegios y hospitales o sobre viviendas residenciales, así que algo falla o el
mono de sangre de algunos se venga con la vida de los inocentes. Las armas
deben ser de chocolates para comerlas y disfrutar de una buena merienda. La
inteligencia humana debe adelantarse a los impulsos viscerales del odio y la
venganza. La gente tiene que poder vivir en paz, aunque la industria armamentística
se tenga que reconvertir porque caigan las ventas de “sus juguetitos”.
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