Ya sé que prohibir no es el
camino para muchas de las malas costumbres porque igual se arraigan más por
rebeldía. Como estamos en esta fecha en la que muchos “distraídos” hacen uso de
los artículos pirotécnicos que tanto molestan, vamos a darle un palito al tema.
Yo los prohibía a pesar de lo dicho por peligrosos y porque fastidian al
prójimo, no digamos a los animales de compañía que los vuelven locos o neuróticos.
Los chavales salen de sus casas
con sus bolsas de explosivos y mechero en mano, caminan y van tirando petardos
allá donde se les antoja sin pensar si hay una persona mayor descansando, una
persona enferma de corazón a la que hace brincar la explosión, un bebé
durmiendo o comienzan a ladrar alocadamente los perros de un vecino. Esto
último hasta les puede hacer gracia y entonces hacen explotar algunos más en
esa puerta, ¿por qué no los explosiona todos en la puerta de su casa para que
sus padres, que les han permitido y hasta comprado los desagradables petardos,
cohetes o silbadores, oigan bien lo que está haciendo su hijo? Cuando me cruzo
con algunos de los chavales, que suelen ir varios, se van diciendo: “vamos a
tal o cual sitio de la urbanización”, ellos tienen sus sitios preferidos y es
cuando mi mente dice: “por qué no se quedan en sus puertas y los revientan en
sus puertas cerca de sus padres. A sus padres les proporcionan tranquilidad alejándose
cuanto pueden de sus casas y dando por el culo a los demás.
Las autoridades son demasiados
permisivas con ciertas prácticas o tradiciones. Lo hacen porque en esta
sociedad falta educación, principios y valores, de lo contrario nadie se
atrevería a molestar a los demás pero no por miedo, ya que he utilizado el
verbo atreverse, sino por respeto, por educación. No estamos preparados para
convivir pues muchas veces la paz se ve alterada por personas que resultan
perturbadoras de esa paz, de la tranquilidad de vivir sin temer los actos de
los demás. Cuando toda acción de cualquiera es racional y se mueve dentro de
los principios lógicos que deben forjar el interior de cualquier ciudadano o
ciudadana civilizados, no hay problema, no hay nada que temer ni por lo qué
incomodarse.
Los ruidos, las voces, etc.,
deben ser las necesarias e inevitables, tratando de que se prolonguen lo mínimo
en el tiempo y procurando evitar que trasciendan de nuestra casa a la casa de
los vecinos. Esto no hace falta que ninguna autoridad venga a decírnoslo, debe
ser una norma moral y ética que nosotros mismos nos impusiéramos. La gente
suele justificar el comportamiento de los más jóvenes diciendo: “¿tú no te
acuerdas de cuando eras pequeño?”. Sí que me acuerdo, pero tuve la suerte de
que me educaron para observar esos valores de los que hoy adolecen los jóvenes
o muchos de ellos. Hoy se les justifica en lugar de educarles, es más fácil
dejar hacer que corregir una conducta que se opone porque lo que ve en la calle
es más de lo mismo. Los padres prefieren no estar encima de los niños, así los
niños se rebotan menos y ellos resultan ser mejores padres a la vista de sus
hijos. Todo se ha convertido en un pacto de silencio-dejadez que va bien en
casa si no se les exige nada a los hijos y se les deja jugar todo el día con
sus consolas o a los juegos on line en el ordenador, pero si tratan de sacarlo
de eso hay problemas, se le complica la vida al hijo o hija, que a su vez
repercute en la tranquilidad de los padres. La calle no es la mejor escuela
como le escuché un día a un vecino, a pesar de que mi vecino es profesor de
Instituto, claro su hijo es un ejemplo a observar, suele estar metido en todos
los fregados.
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