Hoy es treinta y uno de
Diciembre, en menos que se tarda en parpadear estarán las personas sentadas a
las mesas, festejando el adiós del 2016 y la llegada del nuevo año. En menos
que canta un gallo, tañerán las campanas y la gente comenzará a engullir uvas
hasta casi atragantarse. Después el correspondiente brindis, rapidito, que hay
que echar las uvas para abajo, y a seguir con el turrón y los mantecados, las exquisiteces
de chocolate, fresa y demás sabores. Cuando el cuerpo no pueda más, mejor
dicho, cuando el estómago esté a punto de estallar, porque lo que se hacen
estos días de fiestas navideñas no son cenas comedidas sino puros excesos,
comenzará la gente con el alcohol duro… ¡qué antiguo soy!
Después de sentirse asfixiado
tratarán de bailar, la gente se pondrá los gorritos típicos de las fiestas, las
narices de artículos de bromas con gafas sin cristales, las pelucas, y
comienzan las escenificaciones de cada cual: uno que se arranca a cantar, otro
que se marca un paso imposible de conseguir si no fuera ayudado por el grado de
alcohol ingerido, a otros les parece todo ello gracioso y se hartan de reír
desde la silla y los codos, por supuesto, siempre apoyados en la mesa para no
perder el equilibrio. En definitiva, a pasarlo bien todo el mundo, hasta ahí
dicho de corazón, pero también está mi corazón mirando a los de siempre: a los
abandonados por el sistema, a los que de este sarao no saben nada, o que en
quince días quizá no lleguen a ingerir ni la mitad de calorías que muchos van a
tomar esta noche. Lo dejo ahí para no amargarle a nadie la noche, pero los que
me conocen saben cuan espontaneo soy, y cuando estoy escribiendo y lo menciono
es porque me aborda mi ser y no me permite echar la vista a otro lado… lloro
por ellos, por la angustia y la desesperanza de quienes están condenados a
vivir pocos años. Por aquellos a los que parece que nadie los quiere, a los que
se les abre los brazos y falsamente los corazones, pues jamás se les arreglan
sus deficiencias, jamás se les empuja y se les enseña para que puedan funcionar
por sí mismos. ¡No interesa al mundo de los que se levantan para generar
beneficios monetarios!
Cuando vamos en el autobús y sube
un anciano o una anciana, una persona educada que aprecia que no hay asientos
libres, se levanta y le cede el suyo. ¿No debería suceder lo mismo si nos diera
por mirar a esos desamparados? ¡Les siento!, que es como mirarles de frente y
me avergüenzo de ser uno más secuestrado en un sistema tan miserable y
deprimente.
Les pido me perdonen de nuevo,
pero aunque crean que no es el día, mi corazón es cuando más insiste para que
lo proclame, para que salga en defensa de los más desfavorecidos. ¿Vieron a
algún político despedirse en el último Pleno del Parlamento que se manifestara
en estos términos?, supongo que no. La vida de las personas, los derechos
humanos, no van en la agenda de los partidos. Ellos quieren votos y poder, ellos
no tienen interés por entrar a fondo en los derechos humanos, la explotación,
la pobreza y las muertes evitables. Ellos temen que abriendo nuestros corazones
nos hagamos más humanos y menos españoles, más conscientes y menos manipulados.
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