Es curioso cómo la madre que ha metido
a su hija en un colegio concertado llevado por religiosas, defiende la
enseñanza que le imparten. Al mismo tiempo, todos los que estábamos con ella,
nos oponíamos a la religión por diversos conceptos: algunos puramente por la no
creencia, otros por considerarle un arma de condicionamiento y propulsor del
miedo. Por otro lado, es bastante frecuente la incoherencia que muestran muchas
personas, cuando dicen no creer, no sentirse cristianos, pero bautizan a los
niños, les preparan para que hagan la primera comunión o, se casan por la
Iglesia. Siempre persiste la justificación de querer complacer a los padres y a
las madres, pero el verdadero sentido religioso, el culto y todas esas
historias, no se ven por ningún lado, los niños hacen la primera comunión sin
ni siquiera haber sido preguntados si deseaban hacerla y por qué querían
hacerla.
Las religiones son un montaje, en
mi opinión. Algo organizado que condiciona a la gente, que le llena de temor y
que ha originado cientos de guerras en el mundo. El sentir espiritual profundo
e interior, es algo que no necesita de manifestaciones externas como los
templos, las cofradías, los Papas o, los sacerdotes vestidos de negro con
alzacuellos blancos y rigideces como la de no poder vivir una vida normal: casarse,
tener descendencia, etc., es algo raro que no llego a comprender. Tampoco creo
que sea una argumentación aceptable, que no podamos salir de las costumbres
religiosas porque nos programaron para ello desde pequeños, o porque es una
tradición. Tenemos el deber de analizar, reflexionar y comprender, tras todo
esto y haber tomado conciencia de lo que hay, debemos ser valientes y
reafirmarnos en nuestras creencias, sean estas religiosas o no. Lo que
significa, que si creemos, debemos practicar la religión como mejor nos parezca
y confiar plenamente, pues ese es el precio exigido, la fe ciega en algo que
nunca se ve. Por el contrario, si no se cree en nada, se ha de ser valiente
para caminar sin “bastones”. No podemos echar mano del bastón cada vez que se
nos antoje o nos interese, ni en los momentos de miedo o enfermedad… hay que
tirar para adelante con todas las consecuencias. He ahí el problema, que muchos
solo se acuerdan de Sta. Bárbara cuando truena, y el asunto de la
espiritualidad es algo distinto; uno está siempre presente y consciente por la
mera condición de ser un ser humano con intención de despertar. Además, la
espiritualidad es un trabajo interior de uno mismo, no necesitamos una
organización religiosa para llegar a donde podemos llegar. Nadie puede hacer
por nosotros lo que debemos vivir por nosotros mismos. Esa experiencia
adquirida es la que nos hace crecer, cuando es vivida con atención y
observación constante. El silencio nos ayuda mucho, pero la gente cultiva el
alboroto, las conversaciones de dos o tres personas al mismo tiempo, la música
de fondo, rodeados de otras muchas personas que también hablan a la vez, y todo
ello en una atmósfera de tráfico, en el que los tubos de escapes de las motos,
de los coches, autobuses y camiones, no cesan de hacer ruido. El tono de
llamada de los móviles, el de los whatsapp, la megafonía del bar anunciando el
nombre de un cliente que puede pasar a retirar su consumición o sus tapas. El
tañido de las campanas de la Iglesia cercana, la del barrio, que cada hora te
recuerda que el monaguillo no se ha quedado dormido. El grito de la persona que
está al borde de la calzada y llama a un taxi. ¿Cuándo va a parar todo esto, lo
hará alguna vez?, son demasiadas interrupciones para llevar una vida plena. Hay
que sobreponerse a toda la dispersión, pero lo tenemos que hacer solos, puesto
que muchos no se enteran de qué va esto.
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