viernes, 28 de noviembre de 2025

SABES CUANDO ENTRAS, PERO NO CUANDO SALES

 


    Continúo con la cita para mi intervención, que tuvo lugar ayer, como sabéis en Cruz Roja de Sevilla.  Mi hermana Chari nos acompañó a mí y a mi mujer, la pobre que no ve bien de noche cuando conduce, vino de Brenes en total oscuridad, pues cuando llegó a casa serían las 7 de la mañana. Aurori tuvo la suerte de encontrar aparcamiento muy rápido, lo digo con sorpresa, pues alrededor del hospital, en plena Ronda de Capuchinos de Sevilla, no es nada fácil. Todo parecía estar de cara hasta que entramos y comenzó la larga espera. Sabes cuando entras porque previamente te citan a una hora, y uno formalito llega lo más ajustado a esa hora, incluso algo más temprano, pero ¿para qué sirve?, - Solo para esperar por más tiempo -. Sobre las ocho y cuarto ya estábamos en el hospital, pero las horas comenzaron a transcurrir como si nada fuera conmigo, como si solo estuviera echando la mañana en la sala de espera. Debí mirar la pantalla por la que debía salir mi clave MI511, un millón de veces, y no exagero, pues mirar la pantalla cada varios segundos, no vaya a ser que se me pase el turno, durante al menos tres horas y media, son muchas miradas. 

    Bien pasadas las 11h. vinieron a por mí tras salir por la pantalla mi clave, me llevan a un pequeño cuarto con taquillas, por supuesto de echar la moneda, para que te desvistas completamente y metas tus ropas y pertenencias en aquellos compartimentos metálicos. Estaba desnudo, con una bata de papel azul abierta por la parte trasera, con un gorro de papel verde en la cabeza para tapar el pelo y dos envoltorios, igualmente verdes de papel, para los pies. El celador tardó más de lo deseado, pues estaba "desnudo" y hacía frío, encima descalzo, solo con los pies liados en un papelillo. Pero como sigue no fue mejor, el celador empuja el carro hacia la puerta de un quirófano, te arrima bien a la pared, y te dice ahora vendrán a por usted. Pero el ahora, no es ya, sino después, cuando pueden y quieren. Me llevé bastantes minutos cara a un armario que había a la entrada del quirófano, menos mal que me echó una sabanita por encima, pero aún así, helado y solo, con una sensación de haber sido abandonado, lo digo sinceramente. En esos momentos se está intranquilo o nervioso, sientes algo de miedo, y lo normal es que alguien te estuviera haciendo compañía hasta que te pasaran dentro. O sea, que es un acto insensible, en el que lo humano no vuelve a importar. Estoy seguro que es cómo actúa el celador con cada paciente cuando es llevado a las puertas del quirófano, tal vez por orden de sus superiores. Y si no se queda para acompañarte ese celador, debiera haber un psicólogo, o un sanitario que te haga la espera más llevadera. La sanidad está deshumanizada por hechos como estos, y eso que estábamos en un hospital privado, solo prima el negocio, equis por cada paciente, por cada intervención quirúrgica, equis por cada noche, por cada cama, por cada comida... ¡dinero, dinero!

    Ahora vamos a lo duro, al postoperatorio, a los primeros momentos, al asunto de la eliminación de la anestesia, a la falta de equilibrio a pesar de que ya puedes mover las piernas, al no poder hacer pipí, y a que no te dejan marchar hasta que hagas el agüita amarilla. Conforme se va pasando la anestesia, te va invadiendo el dolor, ya voy viendo que me impide hacer cualquier tipo de torción, por muy ligera que sea, cualquier tipo de pequeño esfuerzo, por ejemplo para tomar asiento, cualquier cambio de postura o posición es un suplicio, ahí han hurgado y me lo han hecho a mí, ¡Vaya si duele! Aunque ya estaba vestido y andando, habiendo pasado un tiempo bastante largo en el que podía mover las piernas, pero no tenía el equilibrio necesario, y por tanto no me dejan salir de observación o sala del despertar, no dejaba de pasear por los pasillos, andando parecía que estaba algo mejor que sentado, al menos no estaba doblado de dolor por tener arrugada la zona intervenida, pero cuidaba cada paso. La zona pélvica la tenía totalmente dormida, no sentía el culo ni lo demás, así que me era imposible orinar, que es lo único que me permitiría dejar el hospital, pero eso sí, sin vigilancia alguna, o sea, que si hubiera querido engañarlos me hubiera ido dos horas antes. Mi mujer compró dos botellas de agua mineral, y me bebí botella y media, a todo eso, no dejaba de darme golpes en los glúteos, a ver si despertaban, y no paraba de andar, por lo mismo, a ver si se activaba la zona mediante el mejor riego sanguíneo, pero un acompañante de otro paciente me dijo que no dependía de ello sino de los nervios afectados por la anestesia suministrada en la espalda, así como por el tipo de anestesia, que eran de tres tipos. Concluyó que era cuestión de tiempo, y así fue. 

    Una vez pude orinar, se lo dije a unos de los enfermeros de la sala del despertar y me quitó la vía del brazo derecho, y ahora comenzaba la adaptación a las diferentes posiciones: subir al coche, sentarte en casa en una silla, acostarte, etc., todo es doloroso. Cualquier movimiento afecta a lo que han hecho en mi ingle, no somos conscientes de cómo todo parece estar interconectado en nuestro cuerpo. Incluso levantar el brazo del lado opuesto, me ha llegado a dar un "litri" en la zona operada. Llegamos a casa por la tarde, bien avanzada, anocheciendo, cené algo, me tomé un calmante y me acosté. Mi mujer me dijo que tenía varias llamadas de amigos, pero les pido disculpas a todos ellos, no tenía cuerpo para ponerme al teléfono, quería acostarme y dormirme lo antes posible. A las tres menos cuarto de la madrugada ya no aguantaba en la cama, de todos los lados y posturas me dolía. Me levanté como pude, me preparé una infusión doble de tila, no porque estuviera nervioso, sino por relajarme más, y porque no tenía otras infusiones que me apetecieran tomar a esas horas. Me senté frente a la tele y vi un video de una charla de Fidel Delgado, que era lo que tenía que escuchar en esa situación, la vida te sirve lo que necesitas, es solo cuestión de estar atento. Pasadas las cuatro volví a la cama y hallé una postura, boca arriba, que he mantenido hasta las seis y media, en la que he decido levantarme, "pasar el martirio chino", y ponerme a escribir esta experiencia, este regalo que me ha hecho la vida, según Fidel Delgado.

    Seguiremos...

   

    

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