martes, 7 de noviembre de 2017

ECHO DE MENOS A LOS AMIGOS DE LA INFANCIA

                                                    Imagen: http://irreductible.naukas.com


Miro para atrás y veo una infancia y una adolescencia que se fue, está en algún lado de mí, recuerdo cosas, pero sobre todo, recuerdo a amigos, personas con las que he compartido todo tipo de vivencias y situaciones. Les recuerdo como partes importantes de mí, en unos momentos en los que existía la escuela como obligación y el juego como diversión, un juego en los que siempre estaban mis amigos. Cuanto más pequeño era, los amigos son, a su vez, mis vecinos, vivían en las casas próximas, en los pisos de al lado, en el mismo tramo de calle, nuestros padres se conocían de toda la vida, porque antes la gente no se mudaba con la frecuencia que lo hace ahora. Además, los vecinos eran personas que estaban ahí para lo que se pudiera necesitar, había más solidaridad, había más comunicación, compartían las sentadas a la puerta de la casa, en la calle, las charlas en verano hasta bien entrada la noche, casi la madrugada. Muchas casas tenían un patio común y todos los vecinos nos veíamos y nos saludábamos, ahora, a veces, se comparte un mismo ascensor casi sin dirigirse la palabra. En muchas otras ocasiones, hay vecinos que no conocen al resto de las personas que viven en su mismo bloque de pisos.
En este momento, recuerdo a mis amigos, sobretodo, a los de la infancia, con los que compartí todos los juegos que se conocían: soldados e indios, con aquellos muñecos de plástico, a veces monocolores, a veces a todo color, fusil en mano muchos de ellos… la infantería de uno y otro bando; otros, montados a caballo. Los soldados, de azul, sobre caballos con sus sillas de montar, sable en alto. Los indios con su pluma en el pelo, sobre caballos sin monturas, algunos cuchillos en mano, otros portaban lanzas, otros llevaban rifles. Se ponían en formación, enfrentados y, siempre, había alguna carreta tirada por varios caballos. Había un fuerte donde estaban el resto de los soldados… en fin, montábamos una batalla, de esas que habíamos visto alguna vez en la televisión, en las muchas pelis de soldados e indios, o de vaqueros e indios. Jugábamos también al coger, a perseguirnos unos a otros y agarrarnos. Si te cogían, la quedabas, entonces te tocaba a ti perseguir a los demás. También jugábamos al esconder, al pañuelito, a montar en bici haciendo lo que hacía el primero y, por supuesto, los típicos juegos de toda la vida, que eran estacionales: el trompo, las canicas, las estampas, la lima, etc.
Recuerdo a mis amigos, en cierto modo les echo de menos, cada uno cogió un camino diferente y nos dejamos de ver, pero les recuerdo. Siempre había un grupo de entre todos, con los que te veías más, compartías más tiempo, jugaba más e intimidaba más en definitiva. En esos, sobretodo, son en los que pienso: en mi amigo Eliseo Ojeda, Antonio Castro y José Antonio Valencia, ese era el núcleo fuerte de amistad. Es curioso, ahora que vivo ese recuerdo de todos ellos, observo que existía ese centro fuerte, y alrededor estaban otros niños con los que tenía amistad, pero que se alejaban un poco… no era esa amistad de hermano que siempre he sentido con los mencionados. Después de ese otro círculo de amistad, existían otros amigos-conocidos, también vecinos, pero con los que me relacionaba más débilmente y, tal vez, a esa misma distancia estaban los compañeros del cole.
Ellos no se enterarán, seguramente, nunca leerán estas líneas, pero las energías llegan a todos lados aunque no nos demos cuenta, por ese motivo lo dejo escrito: os echo de menos, os recuerdo, fuisteis partes muy importantes de mi vida.

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