Trato de mirar y comprender, trato de separar la vida de lo que no es sino diferentes escenarios y diversas circunstancias que se atraviesan en el caminar, pero la vida en sí, es solo vida, energía de vida que mantiene los cuerpos con actividad consciente e inconsciente. Quiero situarme solo en lo que es vida, porque el resto lo fabricamos con la mente, y vienen las emociones, los miedos, el nerviosismo y la perturbación. La energía de la vida solo fluye hasta que nos abandona por las razones que sean, conocidas o desconocidas, y no creo que tenga signos, matices, favoritismos, solo es un presente continuo al que no somos capaces de engancharnos por estar enganchados a multitud de cosas mundanas y corrientes.
La vida no está enferma, enferma el cuerpo al que asiste y con una mente que se distancia más o menos del centro del ser, que para mí es la vida, la fuente le llaman otros, en definitiva la energía de vida. La vida no se perturba o desequilibra, somos nosotros en nuestra ignorancia del ser que somos, de la vida que somos, que en ese abandono, nos sentimos mal y enfermamos. Permitimos que todo lo que es superfluo y gira a nuestro alrededor nos influya, tenga importancia, nos llegamos a confundir con ello, creemos que nos sucede a nosotros lo que es una ficción externa y nos deprimimos, enfermamos.
La vida es siempre la misma, la energía de vida que asiste a todas las formas vivas que ocupan este espacio-tiempo, y aún me atrevería a decir que hay vida en otras dimensiones del espacio-tiempo, solo que las percibimos muy de tarde en tarde, y no todos nos percatamos de algunas manifestaciones intradimensionales, le llamaré así porque creo define fielmente lo que trato de expresar. Es obligado hacerse consciente de cada minuto de nuestra existencia para ser uno con la vida, con el ser que somos, porque es lo único que somos al margen de la parafernalia que hemos construido, pero todo eso está ahí afuera, no somos nosotros, no tiene nada que ver con la energía de vida que somos, y casi de nada hemos sido consciente al hacerlo. Se levantan ciudades, se destruyen entornos para darles otras formas, pero se hace sin sentir la vida y sin saber si es conveniente proceder contra la marcha de la vida. Todo trae sus repercusiones, y apartarse de la energía de la vida tiene serias consecuencias.
Hay que parar, hay que buscarse, hay que mirar hacia adentro. Hay que preguntarse quiénes somos, hay que manifestar el deseo de hallarse, de estar en paz y relajado con uno mismo cada vez que se pueda, un rato cada día. Nada es lo que parece, solo son obras de la gente, y eso no es la gente. Sin embargo, en el fondo sí somos lo mismo, solo la energía de vida que nos asiste y nos permite tener constantes vitales y funciones para caminar, relacionarnos, pensar, trabajar, etc., pero lo importante de todo no es lo que se hace sino como se vive lo que se hace, cuán consciente se es mientras se hace. Hay que sentirse, no hay que despegarse de la energía de vida que somos, hay que situarse ahí para poder contemplar sin tambalearse, sin desmoronarse, sin dañarse, sin enfermar. Cada uno es el centro de todo lo que es, y todos somos parte del centro conocido. Somos la Unidad con toda la vida que pueda alcanzar nuestra vista y toda la que la distancia no nos permite ver. Todo nos afecta a todos de alguna manera, por eso cuanto más actuemos desde el centro de lo que somos, mejor nos irá a todos. El centro es un remanso de paz, el centro es plenitud, desde el centro nada hace falta, es el objetivo más ambicioso que tenemos como especie, pero olvidado e ignorado por casi todos.
Seguiremos...
