Este escrito es en honor de todos
los trabajadores que realizan sus funciones laborales sufriendo el fuego de
esta época, la calor, como decimos por aquí abajo.
Sin agua no se puede vivir, los
termómetros indican que se ha rebasado la frontera de los cuarenta grados.
Hacen algunos más, el asfalto, las paredes, el herraje desprende fuego; los
tocas y te quemas, corres desesperado hacia una fuente para refrescarte y
beber. Por la misma razón te sientas en la terraza de un bar, a la sombra, y
pides una bebida fría, si lleva varios hielos, mejor.
Te duchas dos o tres veces al día,
depende de cuánta actividad física hagas y de lo cerca que estés de tu cuarto
de baño. El agua comienza a resbalar por tus cabellos y tu cuerpo va relajándose,
al tiempo que va descendiendo de temperatura hasta normalizarse. ¡Agua, más
agua!, también cervezas, refrescos, tónicas y helados; necesitas llevar a tus
labios y a tu lengua cosas frescas para evitar tener la sensación de que estás
a punto de derretirte.
Mi padre no hay una vez que gire
la calle y no mire el termómetro que está en el centro de la rotonda, junto a
su casa. Cosas de mayores, se frena de repente y comienza a hacer movimientos
de cuello para localizar la pantalla del indicador de la calorina que hace en
aquel momento; dice al instante: “cuarenta y tres grados”, entonces, emprende
la marcha de nuevo. Es un entretenimiento y una curiosidad. Es un termómetro gratis
a dos pasos de su casa y, eso le provoca satisfacción.
Esta mañana antes de ser las
ocho, ya teníamos cerca de treinta grados, creo que eran veintiséis. Fui
caminando desde el trabajo de mi esposa hasta la casa de mis padres. Hay una
buena distancia, yo diría que unos cinco kilómetros como mínimo. Tardo unos
veinticinco minutos, quizá, una media hora, sin parar, pero sin correr… hacía
calor. Andando casi no lo aprecié, pero al llegar a casa de mis padres ya
estaba acalorado. La gente acudía a sus trabajos en coche, en transporte
público, andando, en motos y bicicletas. Muchas personas que no nos conocemos de
nada como hormigas, cada uno a lo suyo, cada cual a un paso diferente, una
vestimenta distinta, una expresión particular… unos más felices otros menos.
Todos ligeros de ropa, prendas cortas, pies al aire, mangas cortas o sin mangas,
prendas suaves, finas… elegancia en las formas… genio y figura.
Pasé por algunos locales
comerciales en los que unos obreros estaban realizando reformas y pensé que ya,
tan temprano, hacía calor para estar trabajando, figúrense más tarde lo que
iban a pasar aquellos hombres. Uno de los obreros era el típico grandullón,
desaliñado, pantalones caídos por detrás, hasta el punto que deja ver un poco
su prenda interior y el comienzo de su trasero… ¡por Dios, eso es incomodísimo!,
si ya antes de las ocho de la mañana andaba así, cómo iba a estar cuando las
calores le peguen los pantalones y cada vez que doble las rodillas le dé el
tirón hacia abajo. Tiene mérito trabajar con estas temperaturas, ¿se imaginan
los que tengan que estar junto a máquinas que desprendan calor, trabajen a
pleno sol o sus trabajos requieran equipos de protección que les oculten toda
su piel?… ¡qué horror!
He comido con mis padres y me he
vuelto a casa; al llegar, aproximadamente, las tres de la tarde y muy bien unos
cuarenta y cinco grados, estaban unos operarios alquitranando parte de la
calzada de la urbanización, ¡esto sí que era terrible! Al circular a su altura,
una ola de calor invadió el coche, lo envolvió y, a pesar, de llevar
funcionando el aire acondicionado, es como si lo llegara a anular por un instante.
Esa ola de calor se sintió en el interior, cuando transitaba junto a un
trabajador que estaba vertiendo la brea caliente, humeante, mientras otro
operario la extendía. ¡Hay trabajos que nunca estarán suficientemente bien
pagados!, a ver quién es el guapo que se pone en medio de la calle, a pleno
sol, con cuarenta cinco grados a ganar un jornal de los que pagan hoy en día.
Eso solo lo hacen, aquellas personas a las que les han cogido trabajando en ese
sector y están sufriendo las penalidades del trabajo en sí, más las
repercusiones de las reformas laborales y la crisis por miedo a perder su puesto
de trabajo. Esto me trae al recuerdo cuando trabajé para una empresa de
telecomunicaciones y tenía que colocar antenas parabólicas captadoras de señal
de Internet por satélite. Solía trabajar en el entorno rural, en fincas y
cortijos, eran los principales clientes. Lugares muy desprovistos de sombra,
generalmente las paredes donde tenía que ubicar la antena son blancas como la nieve,
y reflejan todo el sol que incide sobre ellas. La operación te llevaba un buen
rato, pues lo de menos era, a veces, fijar la antena, dependiendo el lugar
desde donde se captara mejor la señal; sin embargo, lograr el máximo de
potencia en la recepción, que te autorizaran los parámetros obtenidos, esperar
las respuestas, etc., eso te llevaba más de una hora, fácilmente. Mientras
tanto, yo estaba frente a un radiador de calor… la pared blanca inmaculada. En
muchos momentos tenía la sensación de que podía desvanecerme y caer de la
escalera, igual estaba a cuatro o cinco metros de altura, en un techo con gran
pendiente, etc…. casi siempre “de lo más cómodo”. En verano, esa situación era
muy peligrosa, los picos de temperatura solo los podía paliar para seguir
trabajando, mojándome la cara y el pelo, con el consiguiente peligro eléctrico…
¡no quiero acordarme! Hay trabajos que tienen mucha guasa y, cuando regresas a
la empresa casi siempre encuentras al jefe en su despacho, con su aire
acondicionado, dispuesto para presionarte más… siempre le pareces lento
trabajando… claro, él no ve las dificultades de tu trabajo desde su despacho
fresquito.
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