lunes, 9 de diciembre de 2013

OÍR, DESPUÉS HABLAR


Espera tu turno para hablar, ¿no te has dado cuenta que si hablamos varias personas al mismo tiempo no se oye a nadie con claridad? Esto sucede con una frecuencia mayor de la deseada en todo tipo de situaciones cotidianas, en ambientes relajados, pero peor aún en conversaciones formales. Esta situación de discusión colectiva es normal verla en una conversación entre amigos, entre compañeros de clase o de trabajo, también en tertulias de radio y de televisión; el resultado es una pena porque las aportaciones de cada persona no son compartidas ni respetadas por el resto que interrumpen constantemente.
Cuando esto ocurre, que vemos es muy usual, muchos no están escuchando atentamente la exposición de otros porque están más atentos a lo que ellos quieren decir que al mensaje de la otra persona. Además, no tienen la suficiente paciencia para esperar su turno, anotar sus inquietudes o aquello que ellos quieren argumentar y decirlas cuando llegue su turno. Sin embargo, este extremo es necesario para la buena inteligibilidad de la tertulia o conversación, lo contrario es una algarabía de palabras que se suceden provenientes de diferentes emisores, que se mezclan en el aire sin orden ni concierto, cada vez en tonos más fuertes o gritones, según los casos, sin llegar a conclusión alguna ni acuerdo de ninguna clase.
Las personas deberíamos saber dialogar sin acaparar la conversación, nadie se encuentra en posesión de la verdad absoluta como para que todos tengamos que oírles a ellos, es mucho más enriquecedora la ponencia cuando es construida con orden y aportaciones de todos los presentes o participantes, educadamente, respetuosamente, dando igual valor a la participación de cada una de las personas integrantes de aquella tertulia, conversación, coloquio o como queramos llamarle.
Hoy la reflexión sería esta para ponerla en práctica apenas tengamos oportunidad, para desarrollar la templanza de la espera, anotar nuestras aportaciones al tema tratado para poderlas exponer en cuanto nos llegue nuestro turno, y sobretodo aprender a oír atentamente las opiniones de las personas con las que estamos conversando. Observemos cuantas veces tratamos o lo hacemos, me refiero a pisarles sus palabras, miremos cuantas veces nos arrancamos sin que haya finalizado de hablar la otra persona. A veces, los temas pueden encendernos más, pero aún en esos momentos debemos saber esperar y respetar a los demás, porque en esta sociedad nos saltamos por amiguismo, confianza o exceso de otros tipos, esa pauta simple de respeto común: dejar que nos expresemos y oírnos con atención, es así de fácil.

Con todo esto valoramos más a los demás, es como que nos merecen un mayor respeto, es como que nos interesan aquellas cosas que quieren decir, es como que nos dispensamos un trato más cortés y humano, le damos a cada uno su tiempo, mejor dicho cada uno se encuentra más libre de tomarse su tiempo sin ser interrumpido, es como que cualquier conversación puede dar más de sí, que todo se vuelve más civilizado y hermoso, ¿no les parece? Podemos ser una colectividad que nos atropellamos o por el contrario, podemos ser un conjunto de seres con cualidades suficientes, que nos respetamos, a los cuales los demás nos importan e incluso les amamos. Esto es de lo más natural, es de lo más humano, es la falta de respeto, la agresión, el insulto, la creencia de que el otro es menos, lo que nos traiciona por caminos que transitamos disgustando a otros. ¡Cada día podemos ser mejores!

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