miércoles, 13 de enero de 2016

LA ESTELADA MEDIO LLENA O MEDIO VACÍA

                                          Imagen: www.wallpaper4k.com


Quiero interpretar la asistencia del Ministro de Interior y de un militar uniformado al acto de la toma de posesión de Carles Puigdemont, como Presidente de la Generalitat, una forma de decir: “España está presente en este parlamento”, o “vigilamos lo que hacéis”. Me imagino que van por ahí los tiros.
Peor aún, es aplaudir al final del discurso del nuevo Presidente catalán, como hizo el Ministro. Posteriormente, hizo unas declaraciones en las que manifestaba: “hoy aquí se ha perdido el espíritu de la Transición, el espíritu de la concordia y de la unidad”. Pero eso ya se sabía, lo vienen anunciando desde hace tiempo y, sobretodo, con el nombramiento de esta persona que ha liderado el independentismo municipalista entre los ayuntamientos catalanes.
Puigdemont dijo que estaban ahogados, humillados financieramente, y desatendidos por las inversiones del Estado. De nuevo, culpa al Estado de España de su situación de fractura económica, pero ni una sola palabra a la cantidad de millones robados a las arcas públicas catalanas. Ninguna mención a la fortuna vergonzosa de la familia Pujol, que tan cercana creció al partido del cual procede el actual CDC, donde militan tanto Artur Mas como el mismo Puigdemont. Ni una palabra para la criminal actividad de las comisiones cobradas durante años, lo que ha supuesto sobreprecios en todas las adjudicaciones públicas. ¿Eso no empobrece a Cataluña?, ¿eso no es robarle a los catalanes?
Los políticos, como siempre, manipulando la situación, dando, una vez más, una visión de Estelada medio llena o medio vacía, dependiendo de lo que interese decir en el momento; y está claro, que los gobernantes catalanes han preferido presentarse como victimas ante el pueblo español. Pero si ahora, con la financiación que les corresponde no soportan los gastos que tienen, por mucho que aporten al Estado central, cómo lo harán por sí mismos cuando tengan que pagar a sus pensionistas, a sus parados, a sus funcionarios, políticos, etc. ¿Entonces si van a alcanzar?
Siempre se da por bueno que sean las mayorías las que decidan, se acepta como lo menos malo, pero no deja de ser malo, pues arrastran a las minorías. Las minorías, los que piensan y optan por una forma de vida diferente, no tienen cabida en la sociedad de las mayorías aplastantes, pues al final resultan ser apisonadoras que hacen valer la cantidad, que no siempre es la calidad.
La solución es difícil, pues lo justo sería censar a los que desean ser independentistas, y que crearan una sociedad distante del resto, que sí quedarían bajo la tutela del Estado español. Los otros no lo estarían, se tendrían que autogestionar y llegar a ser autosuficientes. Eso sería lo más adecuado para darle a cada uno lo que desea y pide, pero supondría el caos más absoluto. Por ejemplo: ¿Los hospitales, colegios, universidades, de quiénes son?, porque los otros si los requieren tendrían que abonar los servicios, o bien, tendrían que construir los suyos. Creo que optarían por esto último, o al menos, sería lo que les gustaría para poder educar e inculcar sus ideas. ¿Hay dinero para duplicar construcciones ya existentes?, ¿no es esto una locura?
El tema catalán no se puede abordar desde el frentismo o las imposiciones, pues eso no lleva a ningún sitio. Este problema se ha enquistado por el choque de trenes que vienen protagonizando tanto el partido del gobierno como el gobierno catalán. Los problemas no se solucionan por la fuerza y sin que medie el dialogo, tampoco creando problemas para conseguir mejores condiciones económicas que el resto de las regiones españolas. Hay que sentarse a dialogar con dos dedos de frente y mucho sentido común, virtudes que parece ha faltado, y mucho, en este proceso político.
Los unos han de entender que no se puede arrastrar a media Cataluña para que vivan como ellos quieren, y los del Gobierno central no pueden seguir con una posición inmovilista, basados en una Constitución, “que nos dimos todos los demócratas”, como les gusta decir una y otra vez, hace cuarenta años. Los tiempos cambian y las necesidades también, por tanto, las leyes deben adaptarse a los tiempos que corren.

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