sábado, 8 de diciembre de 2018

QUE ALGUNOS PIENSEN, PARA OTROS ES UN CRÍMEN

                                                      Imagen: medium.com

Es hora de pensar en las personas, es la hora de encaminar todo el esfuerzo, las ideas y las acciones para conseguir erradicar la miseria de los trabajos precarios, las manipulaciones de productos y fabricados para que duren menos tiempo. Hay que poner fin a la ambición desmedida de algunos empresarios que no tienen ningún reparo en poner en peligro la vida o la salud de sus empleados porque la exigencia monetaria la llevan al primer lugar de sus objetivos empresariales. No podemos seguir siendo informados con sesgo tendencioso, hay que comunicar desde la verdad y la objetividad. Los medicamentos no pueden ser modificados para que los usuarios tengan que utilizarlos o tomarlos hasta el final de sus días. Hay que acabar con el rencor y las rencillas de una parte de la población contra otra, lo cual no quiere decir que no podamos tener cada cual sus propias convicciones, criterios y pensamientos. Hay que adquirir habilidad social, se ha de mantener la paciencia, la flexibilidad, la comprensión y se ha de amar un poco más a nuestros semejantes.
Esto no es una clase de buenismo sino de inteligencia colectiva, ¿sirven los enfrentamientos para algo?, ¿avanzamos más creando el caos?, ¿cómo seremos capaces de mover grandes pesos, tirando cada uno en una dirección o poniéndonos de acuerdo para hacerlo en una en concreto? Esto está fallando y no van a venir de otras dimensiones a arreglarlo, debemos ser nosotros y nosotras. La gente reza, y así llevan siglos, pero cuando la catástrofe llega no hay misericordia para los ancianos ni los niños, simplemente les arrebata la vida. Las bombas, los palos, los tiros no son la solución del problema, hay maldad incrustada en la base de la sociedad. Hay prepotencia y lucha por el dinero y el poder, por ellos, matan, envían a miles de personas a que pierdan la vida para pugnar por el poder pretendido por algunos que solo debatirán desde sus lujosos despachos. Esa guerra de barquitos, aquella que se jugaba de niños en hojas cuadriculadas, la llevan a cabo insensatos a los que no les importa nada la vida de sus paisanos, con tal de adquirir poder, ganar tierras, robarle a los vecinos algunas toneladas de recursos energéticos, metales preciosos, desforestar millones de hectáreas, etc.
¿Qué vamos a hacer?, ¿qué podemos hacer?, hay demasiada gente jugando a que el otro no nos adelante en la cifra de ventas. Hay mafias organizadas espiando a otros Estados, vulnerando los Derechos Humanos, matando incluso en el interior de una embajada, apoderándose de las tierras del vecino, invadiendo al otro, castigando al otro, robándole, marginándole, empobreciéndole, y nadie dice nada. La calidad humana se va perdiendo, la distancia se acrecienta, las relaciones se hacen frías, los pobres son más pobres y los ricos exprimen más al resto de la humanidad… ¡hay que hacer algo! No somos piezas de una máquina, no somos máquinas, somos personas, la competitividad, la producción, las cifras de venta, las prisas, el estrés y todas esas consecuencias de esta sociedad inhumana e inventada por el hombre poderoso nos ha absorbido pero no nos ha convencido, y para su desgracia no nos ha privado de seguir pensando por nosotros mismos; aunque para muchos de ellos que algunos pensemos es un crímen.

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