viernes, 26 de febrero de 2016

PUEDE SER DIFERENTE




Vivo en una zona del mundo privilegiada, en cuanto a la ausencia de catástrofes naturales: tifones, huracanes, tsunamis, o artificiales como: terrorismo y guerras. A pesar de ello, soy consciente de que me acabo de levantar de una cama, más o menos cómoda, mientras otras muchas personas habrán dormido en el suelo o sobre cartones. He despertado en una habitación, más o menos resguardada de la inclemencia del tiempo, mientras otras muchas personas lo habrán hecho a cielo abierto, en medio de una calle, en un parque, o bajo un soportal. He ido a la cocina, he abierto el grifo y me he servido un poco de agua para beber, mientras otras muchas personas beberán agua contaminada, o no tendrán agua para beber. He usado mi baño, mientras otras personas hacen sus necesidades cuando pueden y donde pueden. Mis cañerías llegan a un alcantarillado general, mientras en muchas zonas del mundo, las aguas sucias recorren las calles, dejándose llevar por la pendiente del terreno, produciendo malos olores y enfermedades infecciosas.
He encendido mi ordenador y me he puesto a escribir para transmitir un sentir, algo que es posible porque, un día, pude comprar un ordenador, además de haber podido asistir al colegio y aprender lo necesario para poderme expresar; pero, sobretodo, porque la electricidad llega a casa, hay un tendido eléctrico decente que me sirve la energía. Al mismo tiempo, hay muchas zonas del mundo deprimidas que carecen de este servicio básico. Hasta este momento es lo que he hecho y lo que nos diferencia de esas zonas olvidadas por los que más tenemos o más hemos progresado. Son pequeñeces para nosotros, porque estamos habituados a vivir en una vivienda digna, tener una cama decente, instalaciones de fontanería, electricidad o saneamiento propios de los tiempos que corren; ¿por qué, entonces, tienen que vivir marginadas ciertas poblaciones en el mundo? Y eso que aún no he hablado del horror de los fenómenos climáticos o atmosféricos, del terrorismo y de las guerras.
Son las ocho horas y treinta minutos de la mañana, amanece un día precioso en Sevilla, y reina la calma. No hay temor a los fenómenos climáticos o atmosféricos, al terrorismo y a las guerras. Vivimos en paz, mientras que a esta hora ya estarán, en otras zonas el mundo, hartos de oír disparos y explosiones, ¿hay derecho a vivir así? ¿Por qué? – me pregunto. ¿Qué han hecho mal esas personas para tener que vivir bajo el temor y la destrucción? En pleno siglo XXI no deben vivir como si fueran clanes cavernícolas matándose por la pugna de un territorio. El mundo civilizado, desarrollado y moderno no debe dejar olvidada a esa otra parte rezagada del mundo. Hay mucho potencial humano desperdiciado, al que no se le concede la mínima oportunidad de emerger por falta de medios. Hay lugares del mundo que con la intervención del hombre podrían ser hermosos y frondosos territorios, pero que aparentan estar muertos por falta de cuidados. Hay ciudades en el mundo que la artillería las ha convertido en escombreras inhabitables.
Hago un ruego a todos los ciudadanos del mundo para que protejamos a los indefensos, a los que menos tienen, y para que exijamos a todos los gobernantes mundiales, líderes y magnates, que miren más allá de sus ombligos y comprendan que la humanidad tiene que avanzar en conjunto. Hay que poner fin a la locura injustificada que da lugar a la barbarie y a la miseria. Hay que rescatar a las personas del mundo, debiendo posicionarnos todos al mismo nivel de progreso, aprendizaje, comodidades, etc. Debemos entendernos todos. Tenemos que vivir todos.

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