viernes, 29 de diciembre de 2017

LA PUNTILLA DE ESTAS NAVIDADES




             Ya me han dado la puntilla de estas navidades, acaba de ocurrir hace una media hora… algo inesperado y muy desagradable. Inesperado el trato que he recibido por parte de unas vecinas, madre e hija, con las que hasta ahora hemos mantenido una relación vecinal de mucho aprecio, al menos por mi parte hacia ellas y sus familias: padre, hermanos, etc. Siempre nos hemos tratado con cordialidad y educación… de ahí, la sorpresa. No es la primera vez que sus siete u ocho perros me han rodeado con una actitud poco amiga, sin dejar de ladrarme y darme vueltas, entrando por detrás, como hacen las manadas de perros salvajes o lobos. En otra ocasión que estaba podando los árboles de detrás de mi parcela, como portaba palos y utensilios para la poda, comienza a ladrar el que va en la posición más avanzada, generalmente, una galga y en seguida comienzan todos a adquirir su posición para lo que parece un ataque. Hace un rato, estaba por la parte de detrás de mi parcela, tengo una puerta para salir por detrás, como muchos vecinos, a un espacio que es de la urbanización y, por tanto, transitable por cualquier vecino; acababa de mover un poco la tierra de un pequeño huerto que tengo dentro de mi parcela y se me ocurrió salir a ver si con las lluvias se veía algún pequeño árbol saliendo para sacarlo y llevarlo a mi primo que se quiere iniciar en el arte de los bonsáis. De repente, veo al lejos, a unos ciento cincuenta metros aproximadamente, a unas personas y vienen varios perros, estaban lejos, así que continué con mi búsqueda, pero la galga estaba en cabeza y apenas estaba a unos cincuenta metros de mí. Me ve y empieza la llamada, ladra incesantemente hasta que llega el resto, siete u ocho perros en total, se envalentonan y avanzan hacia donde estoy. Si me muevo, dos al menos vienen por mi espalda, el resto me rodea… estoy cercado. Miro hacia donde se encuentran sus dueñas, que se aproximan con toda la tranquilidad que se quieran imaginar, yo mientras paralizado para no provocarles, aunque ellos sí que me amenazaban. Por fin llegan, madre e hija a donde estoy, lo primero que les digo es que por favor saquen a los perros con bozal para evitar que tenga que paralizarme y exponerme a un mordisco. Contestan que estoy loco, que eso es el campo, que cómo van a poner bozal para salir al campo. Con su presencia, los ladridos de los perros se acentúan en volumen y agresividad, los tenía a escasos cuarenta centímetros de mis piernas y aquellas personas no le llamaban la atención, no les mandaban parar, preferían proferir insultos contra mí. En ese momento de tensión les aviso: como me muerdan le doy con la azada… ¡para qué dije aquello!, la hija, una mujer de treinta y tantos años se lanza contra mí, literalmente, comienza a empujarme con su cuerpo mientras profería más insultos. Justo en ese instante de humillación plena, me digo no puedo tocarle y eso hice, me empecé a retirar entre insultos que jamás esperaba de esas personas, debido a la amistad que yo creía tener con ellas y sus familiares. No voy a reproducir todo cuanto me dijo, pero juro que en mis cincuenta y nueve años jamás nadie me ha insultado con tanta vehemencia y agresividad como lo estaba haciéndolo aquella chica. Una vez más, en esta sociedad, los causantes de los conflictos en lugar de pedir perdón y evitar situaciones de este tipo para no poner en peligro a otras personas, se ofenden y atacan… ¡ha sido muy lamentable!

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