Comprendo que algunos de mis
familiares comienzan a decirme que coma de todo, que me ven muy delgado, y que
todo lo dicen, desde su punto de vista, por mi bien, pero es que yo me encuentro
bien. Comprendo que vivir con una alimentación vegana es llevar las cosas un
poco lejos tal vez, pero yo me siento coherente conmigo mismo, además de otros
muchos asuntos que ya he comentado en otros escritos.
Sin embargo, yo veo que no ayuda
nada la insistente alimentación carnívora atiborrada de porquerías artificiales
o químicas que le añaden. Los adultos ya se pasan dos pueblos con sus
costumbres cavernícolas, pero el crimen es lo que permiten hacer a sus hijos a
los que les compran de todo tipo de porquerías embolsadas, a los que de ningún
modo podemos llamarle alimentos. A pesar de ello, dejan que se coman cantidad
de basura edulcorada y coloreada que ceba a las personas, en este caso a los
niños, que cuanto más lo coman más gruesos van a estar. Después llega el
problema del sobre peso del niño o la niña, el endocrino, los medicamentos para
tratar de rectificar lo que las porquerías que les habéis dejado comer, muchas
veces para que no os diera más la lata, han hecho con sus cuerpecitos.
En el espacio educar, obligación
de todo padre y toda madre, es obligatorio enseñar a nuestros hijos a comer
sano, y no como sucede muchas veces que los aviamos con cualquier cosa. Si come
su filete se ha de acompañar con unas verduras o una ensalada, hay que ir
compensando de un modo sano y equilibrado desde que son bien pequeños, acostumbrándolos
a todos los sabores. Antes fue la moda del bollycao. Las madres se lo mandaban
al cole porque se levantaban con la hora tan justa que los niños ni tiempo tenían
para hacer el desayuno en casa. La bollería industrial ha hecho mucho daño a
todo el mundo, solo estás comiendo grasas y azúcar, solo estás revistiendo con
una capa de grasa inservible tu cuerpo y el de tus hijos. Además, a la entrada
o salida del cole ya estabas allí con las chuches en la mano como premio por
haber cumplido con sus horas de formación. Y cuando llegan a casa si nos dicen
nuestros hijos que tienen sed les servimos un vaso de algún refresco azucarado
y lleno de colorantes más otros productos basura, en lugar de servirles un buen
vaso de agua, del agua lo más pura posible, porque lo que sale por las tuberías
deja mucho que desear.
De nuevo e irremediablemente
tengo que girarme hacia las autoridades, únicos responsables de permitir que
las tiendas y kioscos estén llenos de porquerías para llevar a la boca. Son
ellas las que deberían controlar y prohibir que se vendan productos nocivos
para la salud, pero no lo hacen con el rigor que debieran. Así nuestros niños
ven estas pequeñas bombas para sus cuerpos cada día en escaparates de tienda, estanterías
de supermercados y en los kioscos, que estratégicamente se sitúan próximos a
las puertas de los colegios o al paso de los mismos, para estar cerca de sus
clientes potenciales, los niños. De tal forma que hay una cadena alrededor de
este consumo inútil, que la forman: autoridades, vendedores, padres compradores
y niños compradores-consumidores. Los que más tienen que perder son los niños
que ingieren esas cargas de azúcar, edulcorantes varios y productos artificiales
o químicos para dar sabores y colores. Podríamos llamarlo crimen de baja
frecuencia consentido por las autoridades sanitarias y de consumo.
Tengo la esperanza que llegue el
día en el que despertemos a todos estos engaños y sepamos elegir si nuestros
hijos deben consumir, o no, venenos permitidos.
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