Ahí está mi mujer a brazo partido
liando regalos para todo quisque. Primero ha empleado cantidad de tiempo
saliendo varios días, dando vueltas por muchas tiendas. Ha gastado un buen
volumen de combustible haciendo kilómetros. Ha empleado algunos cientos de
euros, y ahora le toca envolverlos, porque a ella le gusta que todo esté
perfectamente envuelto y con su etiqueta identificativa.
Lleva tres noches haciendo
paquetitos, bultitos, peleándose con las formas caprichosas de algunos de
ellos, disfrutando por supuesto, que eso lo sé y, aún más tarde comenzará a
sacar de todos los armarios donde los tiene escondido, para que nadie los
veamos y, como todos los años, llenará de regalos la mesa del salón y los sofás.
Habrá regalos para todos: las hermanas, los hermanos, los cuñados y cuñadas,
los hijos y sobrinos, los papás y las mamás, etc.
Mi mujer es una fenómena envolviendo
detalles y regalos, pero no creáis que se dedica a eso ni mucho menos, lo hace
de año en año, pero al tercer día embala como si estuviera en una caja de un
gran centro comercial. Estoy seguro que le echaría el guante a algunas de las
más avezadas. Un regalo le puede durar, dependiendo de sus dimensiones y forma,
diez o quince segundo, y no deja de ir y venir. Se lleva los envueltos y
regresa con nuevos que no lo están. Es un ir y venir sin parar, no entiendo por
qué hay que gastar tanto dinero para que nos sintamos felices, esto queda como
bastante superfluo y artificial. Una señal de estar programados socialmente en
el consumismo de ciertas fechas marcadas en el calendario por la industria. Me
da cierta pena esa falta de libertad, esa manipulación que padecemos desde
nuestra más tierna infancia.
Miro de cuando en cuando y sigue
envolviendo regalos. Se le debe acabar un tipo de papel y cuando vuelvo a mirar
está utilizando otro diferente. Unas veces es un regalo que tiene un volumen
superior al del otro, y cuando tiene preparado dos o tres, como acaba de hacer,
desaparece y regresa con nuevos regalos que pone sobre la mesa del salón, que
le sirve de mostrador de una sección de embalajes. Dicho y hecho, acaba de
regresar y trae otra cajita, se ha sentado, ha cogido un trozo de papel, parece
que era un resto que le sobraba, pero es que ya lo ha terminado de envolver y
no me ha dado tiempo de relatarlo. Es más rápida envolviendo que yo relatándolo,
¡pardiez!
De nuevo ha desaparecido y se entiende
que está trasteando en algún armario, se oye remover cosas y puertas que se
abren o se cierran, desde aquí no la veo. Ya escucho los pasos, efectivamente
trae consigo una prenda de vestir a modo de un poncho, le ha retirado el
precio, lo ha doblado hasta que ha quedado de su gusto y ha echado mano de un
trozo de papel que termina ajustándolo con las tijeras, pues cuando vuelva a
mirarla, seguro que lo tiene envuelto. Acabo de mirar con disimulo, pues ella
no puede imaginarse que escribo sobre lo que está haciendo. Ella está
acostumbrada a verme horas machacando teclas con paranoias mías. Ya lo ha
dejado listo, por lo que he escrito se pueden imaginar lo que tarda… es una
máquina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario