domingo, 6 de marzo de 2016

UNA VIDA ARTIFICIAL Y PELIGROSA




Vivimos una vida artificial que las leyes permiten para beneficiar y dar prioridad al comercio, antes que mirar por la salud de las personas. Esta es la situación actual y que nadie se llame a engaño. En las principales ciudades tienen que tomar medidas, frecuentemente, para parar el tráfico, ralentizar la velocidad a la que se puede circular, o permitir el uso de vehículos con alternancia, según sean pares o impares los números de sus matriculas. ¿Esto que lo hacen para molestar a los ciudadanos? – ni mucho menos. Se hace porque los niveles de contaminación en el aire son tremendamente perjudiciales para la salud. Porque hay demasiadas sustancias nocivas disueltas o en suspensión en el aire. Los fabricantes de automóviles y los productores de combustibles fósiles, mandan. Sus imposiciones hacia los Gobiernos permiten que sus prácticas de negocios primen sobre nuestra salud.
No estamos a salvo ni siquiera en nuestras viviendas, pues la propia degeneración de los materiales constructivos, así como la naturaleza de algunos de ellos, son en sí mismos una fuente de contaminación que se transmite al interior y es respirada, o se pone en contacto con los ocupantes de las mismas, provocando, a la larga, enfermedades crónicas o graves. Puede también ocurrir que la vivienda se haya construido sobre un terreno no adecuado, o que haya sido rellenado con materiales sobrantes de minas, que lleven una buena cantidad de sustancia tóxica o radiactiva, que posteriormente se libere en forma de gas y se introduzca por las grietas del sótano de la casa, como sucede con el gas Radón, responsable de un gran número de cánceres de pulmón. El gas Radón no huele y es invisible, tan solo se puede detectar haciendo las correspondientes mediciones con los equipos específicos para ello.
Hay otras fuentes de contaminación y peligro para nuestra salud, como son la insuficiente ventilación de las viviendas. También la contaminación de los sistemas de ventilación de los edificios, el uso de plaguicidas y otros productos fitosanitarios, en las inmediaciones, suministrados en proporciones no adecuadas o de un modo poco apropiado. El uso de desinfectantes, productos de limpieza, etc., que incluyen cantidad de productos químicos en sus composiciones, que se evaporan y son respirados. Los gases procedentes de la combustión, por ejemplo: del tabaco, las cocinas, el termo de butano, o los gases procedentes del tráfico rodado o las chimeneas de las industrias.
A todo lo dicho, que es a todo lo que estamos expuestos a diario, tendríamos que añadir la cantidad de sustancias extrañas que introducimos en nuestros cuerpos cuando nos alimentamos: saborizantes, colorantes, acidulantes, potenciadores del sabor, aditivos en general de todo tipo, que a la larga producen daño en nuestras funciones vitales. Sobre todo cuando se consumen con regularidad productos industriales, enlatados, manipulados y preparados para hacerlos llegar en buenas condiciones y puedan aguantar más tiempo hasta su consumo, se les atiborra de conservantes y toda la gama de aditivos; siempre con la excusa de que son cantidades mínimas como para dañar a nuestro organismo. El problema es que un poquito de este alimento, otro poquito de aquel otro, etc., son demasiados poquitos, que se acumulan en nuestros cuerpos. ¿Es una vida artificial y peligrosa, o no lo es?

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