sábado, 12 de marzo de 2016

YO ME PLANTO




Yo me planto, este es mi deseo, no quiero seguir alimentando un mundo irreal, construido en la mentira y soportado por la misma. No deseo ser parte o contribuir a un mundo desnaturalizado y deshumanizado. Si analizamos apartado por apartado de este mundo que hemos creado, mucho es materialismo y egoísmo, arrogancia, revanchismo y prepotencia. Faltan los valores morales, faltan los sentimientos, el amor, la educación y el respeto.
Estamos peleando entre nosotros, compitiendo con nuestros semejantes en lugar de proyectar algo en conjunto. Nos dedicamos a sustituir la obra de otros, para hacer prevalecer la nuestra y, mientras tanto, el tiempo pasa, la vida se va consumiendo y la locura de las carreras no cesa. Corremos hacia muchos lados a la vez, estamos muy dispersos. Actuamos sin ton ni son, queriendo atender tantos asuntos que nuestras capacidades se ven rebasadas, al menos, se encuentran al límite del estallido.
Se ha instalado un método de vida que a pocos satisface. La gente no sabe para qué sirve, para qué tiene cualidades, y la educación escolar o familiar no sabe descubrirlo ni fomentarlo. Hay una línea fijada de compromisos y de “normalidad”, que conduce nuestros pasos como si fuéramos zombis. Al mismo tiempo, hay un grupo más  o menos numeroso de personas que han descubierto la grieta del aprovechamiento del esfuerzo de los demás. Es una forma de esclavitud moderada, en la que imponen qué hacer, cómo hacerlo, y en qué condiciones se compensan esos esfuerzos. Todos lo pagamos, además de con nuestros esfuerzos, con el tiempo de nuestra sagrada vida, con muchos disgustos y mucho sometimiento, a veces, contrariados, disgustados, y con algunos llantos. ¿Quién no ha pasado o está pasando por ahí?
A mi solo me quedan las ganas de decirlo otra vez: “Yo me planto”. Estoy harto de que unos pocos se hayan hecho con el timón del barco de nuestras vidas. Somos nosotros, los ciudadanos los que deberíamos fijar las condiciones del sistema político. Los que deberíamos pactar las leyes por las que nos queramos regir. Es nuestra vida, es nuestra sociedad, son nuestros dineros y, por tanto, deberíamos ser nosotros los que dispusiéramos el modelo de sociedad que queremos, para vivir del modo que nos apetezca a los ciudadanos, no a los banqueros, no a los políticos, no a los usureros del dinero y la explotación humana.
Hace tiempo que todos esos nos dejaron de escuchar. Hace tiempo que todos esos lo vieron claro, entendieron que tenían a su servicio un potencial humano al que extraer el jugo, en forma de rendimiento productivo, siempre rigiéndose por la famosa frase: “conseguir el máximo beneficio, con la mínima inversión”. De esta forma nos han ido ninguneando, hasta solo ser un número de NIF que contribuye con sus impuestos, en la cantidad que estipulen nuestros empleados, para que alcance todas sus malversaciones de capitales, los sobreprecios de las obras, las comisiones y la financiación ilegal de los partidos políticos. Todo sale de nuestros bolsillos, en la medida y fecha fijadas por nuestros empleados. Pero es que estos son unos empleados muy especiales. Son ellos los que dicen cuanto van a ganar, cuales serán las subidas salariales de ellos y las nuestras; por supuesto, la de ellos no tiene nada que ver con las nuestras. Ellos se harán ricos al final de su legislatura, nosotros seguiremos unos pobres dependientes de nuestros precarios trabajos. Esto es una realidad que soportamos porque somos unos calzonazos. No nos atrevemos a exigir en serio un cambio de rumbo de todo este disparate, ¿saben por qué no tenemos fuerza?, pues porque no nos unimos, peleamos entre nosotros, y de esa desunión se valen los “listillos” de turno para imponernos sus condiciones, las que más les benefician a ellos y a su sistema blindado de privilegios. Eso sí, a nuestra costa. La fiesta la pagamos nosotros por gilipollas.

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