Hay un momento en el que experimentamos incertidumbre vital, momentos críticos en los que la vida parece querer tomar otro camino, en los que el organismo, herido mortalmente, manifiesta signos de incompatibilidad con el ritmo reposado de la respiración o el latido pausado y armonioso del bombeo de la sangre, la ausencia de dolor, la lucidez mental, etc. Llegan momentos de confusión, de alternancia de frío y calor, de respiraciones bruscas y descompasadas, de gestos espontáneos como: tirar de las ropas o quitársela, arrancar las vías, tirar de los tubos que te unen a máquinas que te mantienen con vida; es como si algo de ti dijera ¡basta!, no deseo ir más allá, estoy agotado/a, mi organismo no da más de sí... está cansado.
El paciente sufre y la familia también, como todos dicen, nunca se está lo suficiente preparado para asumir la pérdida, la marcha de nuestro ser querido. A veces, los más cercanos se niegan a ver la evidencia, no quieren ver la muerte de frente ni siquiera cerca, así que mentalmente organizan excusas que no se sostienen con tal de auto justificarse que quizás solo sea un debilitamiento momentáneo por el que está pasando la persona querida. Duele y nadie quiere dejar de ver, de abrazar, de tocar o besar a su familiar querido, pero la realidad de la vida es una y nuestro ideal o pensamiento es otro. Llega el dolor y el llanto por el duelo, por el desarraigo, por la desmembración de la familia, la muerte nunca es bien venida, creo que salvo en casos en los que el sufrimiento del enfermo es tal, que hasta los de alrededor ya piden que llegue y su familiar pueda descansar en paz. Afortunadamente, en estos tiempos hay ayuda, adelantos médicos, humanidad por parte de éstos y llegado los peores momentos del tránsito se sedan a las personas y se les facilita la desconexión vital.
Quedan los recuerdos, los momentos vividos, las extraordinarias situaciones de convivencia, la calidad humana de la persona a la que llegó su hora, y ahora solo energía capaz de hallar la fuente de la luz, que es lo que yo siempre le deseo a todas las almas liberadas, que sean capaces de encontrar su camino de luz. Los que tengan fe, tienen la oportunidad de sentir cierta alegría interior para paliar el sufrimiento o dolor por la pérdida, pues sabrán, según su convicción, que el alma de su familiar ha sido llamado por el ser superior al que llevan toda la vida venerando. No obstante, aquellos que no creemos en la fe religiosa y tal como nos la han contado, también tenemos una ayuda, saber que su alma o energía de vida desprendida del cuerpo (del vehículo físico) va a volver a formar parte de lo que siempre estuvo ahí, la fuente de la luz o energía. Como dice la física, la energía no se pierde o se destruye, sino que se transforma. Y todavía nos quedan las palabras del Buda: El apego es la base del sufrimiento. Así que hay que poner cierta distancia sin por ello dejar de amar.
Que sea lo que tenga que ser, porque en ese proceso no podremos hacer nada más que acompañar y calmar. Habrá que entender y comprender que morir es una parte inherente de la vida.
Seguiremos...
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