domingo, 24 de marzo de 2024

                                                             Imagen: www.google.com

    Nada que decir, la vida embebida, cargada de preocupaciones y responsabilidades. Tu tiempo ocupado casi al completo, casi todo el día, poco espacio para ti y lo que quieras hacer. Una persona enferma a quien cuidar, una persona que por sus condiciones poco se deja ayudar, poco coopera para conseguir su bien, mejorar. Inconsciente de hacer bien o mal, sino de hacer para defenderse, pues parece que todo lo toma como una agresión contra él, y lucha como puede: con manos, con pies, y cuando solo le ha quedado su boca, con ella. 

    La desesperanza de que tus esfuerzos son en vano, que nada haces que le ayude a recuperar la salud, porque no permite la ayuda ni confía en nadie que se le acerque. No quiere abrir la boca, y si algo llega a ella, se niega a tragar, no se alimenta, no es consciente de la necesidad de hacerlo, pero las fuerzas no les abandonan, como te coja un dedo o una mano, puede llegar a hacerte daño, porfía, te mira a los ojos como si fuera su modo de amenazarte, de decirte que o lo dejas tranquilo o no te va a soltar. 

    La incomunicación es total, ni escucha, ni puede hablar, y maldigo cien veces a las gotas halopedirol y a todos los que hayan intervenido en su elaboración, venta y administración de tal producto, que tanto daño es capaz de producir en algunas personas. Un daño, que según he podido contrastar con enfermeros amigos, es más frecuente de lo que cualquiera se pueda llegar a imaginar. Me dicen que en la mayoría de los casos los efectos adversos amainan una vez pasan unos días sin suministrar el "medicamento", pero en nuestro caso se ha complicado con lo que quiera que sea que hubiere oculto, y la forma en que tras el suministro de un par de días de gotas ha anulado a nuestro padre, ha sido bestial: le ha quitado el habla, le ha dejado que a duras penas puede moverse, no sabe vestirse o ducharse, tareas todas ellas que antes de ingerir las gotas hacía con total normalidad. Eso le debemos a las dichosas gotas de halopedirol, haber propiciado el proceso más veloz que yo haya visto de incapacidad de una persona.

    Nuestro padre lleva veintiún día ingresado sin comer y casi sin beber, es como si tampoco recordara qué se ha de hacer con la comida en la boca. Se atraganta apenas beba dos buches seguidos, necesita oxigeno, algo que nunca necesitó con anterioridad. Lo achacan a haber sufrido una neumonía, o como decían los médicos a algún virus cogido en el hospital, todo se agrava y no facilitan un diagnóstico claro de lo que está sucediendo, quizás porque ya llegamos al hospital diciendo que la caída en picado se había producido desde que había estado tomando las dichosas gotas, que fueron recetadas por la doctora del 112. Es como si trataran de no responsabilizar ni a aquella doctora ni al medicamento.

    Este es un caso real de la sanidad, vivido en directo y en persona por mis dos hermanas y por mí mismo. A todo esto, casi cada mañana teniendo que sufrir la presión de la trabajadora social, que en lugar de estar buscando soluciones que favorezcan la vida del paciente y de los familiares, tan solo viene a presionar para que se busque una residencia de mayores, pues por ella ya tendría que estar la cama disponible. A todo eso sin tener un diagnóstico en firme de lo que le sucede a nuestro padre y de las posibilidades de volver a tenerlo como estaba días antes de ingerir el veneno. ¡Vamos de mal a peor!

    Seguiremos...

    


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