domingo, 14 de julio de 2013

CONVIVIR


Vivimos en compañía de otras personas, siempre es así, estemos en casa rodeados de la familia, o estemos en los trabajos rodeados de los compañeros, jefes, etc. Todo nuestro tiempo lo compartimos con alguien, manteniendo una relación familiar, de amistad o profesional. He aquí una de las claves de nuestras vidas, saber estar, convivir con la suficiente sabiduría y flexibilidad como para disfrutar de las relaciones sin herir ni ser herido, sin invadir al otro, y sin que el otro te invada; al menos, más allá del punto donde empezamos a sentirnos molestos.
Este tema es realmente sensible, cada cual pone sus límites y en la interacción de las actuaciones de cada uno se ponen en juego las diferencias y las tolerancias. Se dan los roces, las susceptibilidades, las interpretaciones, y al menos que ambas partes sean consecuentes de la contraria, tengan tacto y un comportamiento empático; se puede terminar enfadado, invadido, molesto, insultado o no comprendido.
Como convivir es inevitable y a su vez todo un arte, es donde debemos de estar más atentos para no incurrir en los daños colaterales de nuestros actos y nuestras conversaciones. La prudencia, la tolerancia y el amor hacia los demás son imprescindibles para que las relaciones lleguen a buen puerto, sean naturales, sencillas, y cómodas para ambas partes.
No es del agrado de nadie vivir en la tensión constante, reñir a cada momento o ser humillado regularmente, es por eso que debemos de poner atención a lo que hacemos y decimos, al modo en que actuamos, y sobre todo considerar mucho, apreciar y amar a las otras personas, para ofrecerles lo mejor de nosotros. Debemos dejarnos de rigideces aprendidas, de comportamientos heredados, de aquellos que repetimos una y otra vez como si fuéramos máquinas. Somos personas, constituimos el género humano, una especie superior, con conciencia y capacidades superiores, que deberíamos desarrollar para dar un paso en nuestra evolución. Es por ello, que no deberíamos enredarnos en comportamientos superficiales, que son los que ocupan la casi totalidad de nuestro tiempo.
Somos mucho más de lo que se ve en el plano ordinario, y eso se comprueba cuando nos encontramos en situaciones límites o excepcionales, de peligro, etc., podemos dar de nosotros mucho más, pero nos llevamos todo el día dándoles a la cabeza, forjando y defendiendo nuestro ego, nuestra apariencia, aquella que hemos creado, esa imagen que pretendemos que los demás reciban cuando nos vean o se relacionan con nosotros, haciendo un esfuerzo tremendo por parecer más y mejores. Con todo ello olvidamos quienes somos: seres vivos, humanos, civilizados, que nos hemos montado una película ajena a nuestra esencia, alrededor de unos intereses, que en el fondo del todo no nos importan, pero que desde la superficialidad nos tienen a todos engorilados, y vamos tras ellos como robots. Nos peleamos por un supuesto prestigio social, por un mejor trabajo, y por supuesto por el rey que esta sociedad ha erigido como interés numero uno: el dinero.

Tenemos que desmitificar los objetivos establecidos por el club de poderosos, porque la superficialidad de los mismos nos aparta del centro de nosotros, vivirnos desde el fondo, desde el corazón, como seres de amor que somos y donde no tienen las cosas el orden de prioridad establecido socialmente. Todo vale pero en su justa medida, y por delante de todo está la humanidad, su integridad, progreso y por ende, su evolución.

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