jueves, 13 de junio de 2013

DIECISIETE DÍAS


Ayer tras algunas conversaciones con responsables de la empresa donde he trabajado los últimos 17 días, se ha finalizado nuestra relación laboral. Los que han seguido mis escritos anteriores ya sabéis las condiciones tan duras en las que se trabaja en esa empresa, en ese departamento de fabricación.
Eso es solo una introducción pero no es lo importante para mí. Sin embargo, y a pesar del corto espacio de tiempo que hemos compartido, lo que si ha sido importante es lo que me llevo de la relación con las personas, me refiero a los compañeros del mismo turno, principalmente. Ha sido muy emotivo para mí volver a verles, darles un abrazo y hablarles desde el corazón.
Solo han sido 17 días de trabajo, pero muy intensos, nos hemos conocido en muchos estados de ánimo, generalmente bajo presión por las incidencias, alarmas y por tener que hacer varias cosas al mismo  tiempo, así como tratar de aprender a estar en dos o tres sitios, algo imposible. Nos hemos ayudado cuanto cada cual ha podido, y como es lógico, al tener yo una menor experiencia, mis compañeros me han echado muchas manos. Son gente joven, responsable, trabajadora, buenas personas, y me ha dado una desmesurada alegría saludarles de nuevo.
Ha sido tan curioso, estaba tan situado en el corazón, lo sentía, era consciente al mismo tiempo que hablábamos, que en un momento de la conversación con el encargado: Raúl, y al hilo de lo que le manifestaba, del aprecio que le tenía, de lo bien que le valoraba, etc., me dice que le parece excesiva mi consideración hacia su persona porque había sido muy poco tiempo. Le añadí, desde el sitio que me expresaba: “y aún más, no me mal interprete, pero en este momento, te digo: que te quiero”. El muchacho dice de inmediato: pero no te estarás refiriendo a algún aspecto físico, o algo así, como diciendo que no sería algo cercano a enamorarse. No son palabras textuales pues no las recuerdo con exactitud, pero si que en broma ese era el contenido de lo que dijo. Con respecto a esto, respondí: “ te quiero como persona, como ser humano”. Se lo dije desde el corazón.
En términos parecidos me dirigí a los otros compañeros, tanto a Pepito, Paco y Amberic. Pepito es el espíritu de un indígena, un luchador, un gran trabajador, un bromista, un hombre noble, delgado, moreno, de pelo largo, siempre con coleta, ágil, parece salido de los libros de Carlos Castaneda. Es el ratón en el laberinto moviéndose a toda la velocidad por la fabrica, atendiendo seis cosas al mismo tiempo, y no hay una vez que pase por mi lado y se lamente del ritmo tan vertiginoso al que tenemos que trabajar, y creo debe aprender a no vivirse como una victima de las circunstancias, porque después de trabajar allí, se es capaz de poder realizar lo que se proponga.
Paco parece que era la persona que mejor gestionaba la presión, aunque algunos días era irremediable la explosión, entonces se oía un grito al aire que era capaz de sobresalir por encima de la ruidosa fábrica, y de las diversas alarmas que junto a las destellantes luces, blancas, verdes, rojas y naranjas, giraban o se mostraban intermitentes. Paco es un hombre apacible, simpático, agradable, buen compañero y el que me ha hecho que me vaya a acordar de nuestro “grito de guerra” de final de jornada. Todos los días cuando faltaba aproximadamente 1 hora par terminar la jornada de trabajo, cada vez que se cruzaba conmigo decía: “Manolo, la rata ya está en la lata”. Cogimos esta frase como exclamación para liberarnos de la tensión del día de trabajo, y empecé a decirlo cuando pasaba cerca de donde él estuviera. Voy a recordarlo siempre. Era la alegría de que el final de la jornada de trabajo se acercaba.
Ambéric, es el compañero con el que menos me he relacionado, el trabajaba en una línea de producción apartada de las líneas de producción donde operábamos los demás. Ambéric es un chico sahariano, tranquilo, tan buena persona como los otros, de piel morena arabezca, rasgos que se acentúan cuando se va dejando la barba o perilla. Suele fumar tabaco puro de pipa, de cultivo de su tierra, que consume en pequeñas porciones usando una pequeña pipa, parecida a las boquillas filtradoras de uso corriente entre los fumadores. También me ha ayudado siempre de buen agrado y pausado, yo le llamaría el hombre tranquilo, como si dijéramos: todo está bien, no pasa nada.

Ha sido una andadura corta que me ha aportado confianza en mí mismo, que me ha hecho ver que soy capaz, que puedo afrontar un trabajo duro, que puedo trabajar a turnos, que soporto el trabajo nocturno, cuando siempre he sido tan diurno. Estoy agradecido porque me llevo mucho.

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