viernes, 23 de agosto de 2019

LIBERTAD SEXUAL



He terminado de ver la serie “El Embarcadero”, y debo compartir que me ha gustado, hay algo de fondo, envuelto en cantidad de sentimientos que todos compartimos y que casi nunca permitimos que afloren, en mi opinión por cobardía, miedo y por culpa de unas enseñanzas religiosas obtusas, que han calado en la gente, privándonos de espontaneidad y libertad. El orden religioso establecido marca la norma de la convivencia de pareja exclusiva, llegando a hacerse monótona y aburrida en muchas ocasiones, y con el paso de los años marchita o hace decaer la relación de pareja e impide ampliar el gozo de todos y  de todas.
La amante del protagonista, Oscar, con quien tiene una hija pequeña, lo explica muy bien cuando él percibe que su pareja goza de una libertad a la que él no estaba acostumbrado. Dibuja dos circunferencias que comparten un espacio en común, ella le dice esta circunferencia eres tú, y esta otra soy yo, este pedacito de intersección es nuestra vida en común. Al margen de esa zona que compartimos, tú tienes tu libertad para hacer lo que desees, y yo también… ¡es genial y sencillo! Él nunca la engaña en cuanto a sus sentimientos, desde el principio le dice que está muy enamorado de su esposa, pero que igualmente se encuentra muy enamorado de ella. Ella acepta como normal que él pueda estar enamorado de más de una persona, es así como él lo refiere, y yo sé que eso es totalmente posible si no fuera por el freno mental, la cohibición, el obstruccionismo que el concepto de matrimonio religioso cerrado a los demás, y completado por el sentido de posesión que nos han inculcado en esos casos. Ves la serie y comprendes cosas de las que siempre he estado convencido, aprecias la libertad de la amante y de otros personajes de la serie, de los que no trasciende maldad alguna, ni sentido de esos cuernos figurados que tanto se emplean en este sociedad de acomplejados y encarcelados en vida. Nadie se plantea, siquiera, hacer daño a nadie sino de disfrutar de lo hermoso que es el amor, la atracción, el deseo, una mirada, una sonrisa, un abrazo, un beso, todos se dejan llevar por lo que les plantea la vida y la predisposición del momento.
Nos hemos vuelto recatados, píos o devotos en demasía, creyentes de que nuestra pareja nos pertenece y nos hemos cortado las alas los unos a los otros. Nos hemos amputados buena parte de nuestro lado más salvaje, tememos expresar lo que sentimos a otra persona si no es la, o el, oficial de la relación. Tememos que al hacerlo, aquella, o aquel, vaya a contarlo a nuestra pareja. Sentimos remordimientos de coquetear con otra persona, estamos enjaulados porque ni hacemos uso de nuestra libertad, ni somos lo suficientemente valientes para que nuestra pareja haga uso de la suya. Nuestros deseos se disuelven una y otra vez en nuestro interior como mejor pueden, hasta que resurgen de nuevo porque hay composiciones, tactos, miradas, labios que nos atraen; así que una y otra vez reprimimos lo que de por sí se enciende solo en la interacción normal del día a día con otras personas. Es triste, la sociedad condena la libertad de los individuos, prefiere la uniformidad controlada, desea que todos caminen solo por la senda prevista y que nunca se provoquen estampidas ni ataques en masa. Por eso, esta sociedad aplaude la división, la separación, el distanciamiento, el enfrentamiento, y para ello inventa mil y una razones para que la unión nunca llegue a ser real, en las parejas ocurre lo mismo. Hay que separar también a las parejas, no vaya a ser que les dé por unirse y comience un ente mayor y con más fuerza.
Los de la sotana llevan siglos proclamando lo que usted y yo debiéramos hacer, pero sin acatar sus recomendaciones, a ellos les cuesta poco subirse la sotana y desgraciar a críos. ¿Esta es la enseñanza religiosa?, ¿qué credibilidad puede tener toda esa organización plagada de abusadores y gente que los han ocultado hasta que los hechos han ido siendo conocidos en los medios de comunicación? ¡Maldita sea, cómo nos han castrado los principios de la religión! No practico, nunca lo hice, pero ha sido inevitable no sentir muy próximo y alrededor la acción coactiva de la religión, que ha ganado al género humano por miedo al castigo, privándolo de ser libre.
Rápidamente, la vecindad abducida por el orden religioso del asunto, ver a un palomo, o a una paloma revoletear libremente, es motivo más que suficiente para empezar a llamarles de golfos y putas, de cuernos y todo cuanto se le ocurra sin tener en cuenta la libertad de las personas, los sentimientos y el mejor uso que cada cual quiera hacer de su intimidad. Un asunto más para el que no estamos preparados… ¡es una lástima!

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