domingo, 25 de diciembre de 2016

EJEMPLO PARA APRENDER

                                           Imagen: RTVE


No entiendo como hay seres humanos capaces de soportar el día a día de una guerra, esa lucha extenuada e irritante en la que es poco menos que imposible descansar, dormir, alimentarse bien o dar un paso sin estar en peligro de muerte. Las barbaridades que se cometen, las mentiras que se hacen correr para engañar al enemigo, la censura y secuestro de los medios para que se diga lo que se pretenda difundir. El miedo y el horror, las destrucciones materiales, los cadáveres en las calles, el olor a pólvora, a quemado y a cuerpos en descomposición. No hablo de una película de Steven Spielberg, que seguramente sea capaz de reproducir parte de lo relatado, hablo de guerras de verdad en la que los silbidos de los proyectiles que vienen a explotar cerca, no te dejan vivir.
Acabo de leer una biografía del Dalai Lama que ofrece una visión amplia del conflicto de China con el Tíbet, el exilio del Dalai a territorio indio, las luchas y la represión que ejerció China sobre el pueblo tibetano, la cantidad de acciones con resultados de cantidad de tibetanos ajusticiados que te va dejando el cuerpo en función de cómo parece ha sido la historia en el mundo, desde que se conoce o se ha recogido por escrito, amén de las posibles invenciones por intereses de las que no estamos exentos. Ahora estoy acabando otro libro de Arturo Barea, se titula “La llama”, es el tercero de una trilogía llamada: “La forja de un rebelde”, en el que plasma el Madrid del 36, cuando se inició la guerra civil española. Es interesantísimo, me tiene pillado, todo expresado con un realismo que te hace vivir el momento, casi haciéndote sentir ese estado de alerta propio que sentía el escritor al verse involucrado en todo aquel acontecimiento bélico. He querido citar ambos libros porque te hacen comprender la crudeza de las contiendas militares, la destrucción material, moral y vital que acarrean. La ruina que significa para los pueblos y las personas, el precio tan elevado que se paga por el dichoso poder, pues al fin y al cabo es lo que se pone en juego, unos y otros quieren mandar en algún territorio o sobre unas gentes. Es pura cabezonería que los que dicen llamarse estrategas no llegaran al límite de la paciencia y del dialogo, sino que decidieran liarse a cañonazos los unos con los otros. No se dieron una tregua, no se prohibieron a sí mismo el uso de la bestialidad con visos de muerte y desgracia para todos.
Estas lecturas te alejan de la irracionalidad al tomar conciencia de la aberración de un comportamiento demente. Estoy seguro que con voluntad y palabras se pueden llegar a acuerdos que evitan las guerras. Comprendo que el dialogo es posible siempre que ambas partes estén de acuerdo en dialogar, pero si esos no son capaces de consensuar deben ser sustituidos por otros negociadores de ambos bandos, cualquier cosa civilizada e inteligente antes que asesinar indiscriminadamente, que es lo que hace la guerra. Algunos dicen que hoy hay tal tecnología que se asesina selectivamente y con precisión, ¡será así!, pero siempre caen bombas en colegios y hospitales o sobre viviendas residenciales, así que algo falla o el mono de sangre de algunos se venga con la vida de los inocentes. Las armas deben ser de chocolates para comerlas y disfrutar de una buena merienda. La inteligencia humana debe adelantarse a los impulsos viscerales del odio y la venganza. La gente tiene que poder vivir en paz, aunque la industria armamentística se tenga que reconvertir porque caigan las ventas de “sus juguetitos”.

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