martes, 27 de diciembre de 2016

NO ES CUESTIÓN DE PROHIBIR SINO DE EDUCAR

                                                Imagen: www.elpuig.es



Ya sé que prohibir no es el camino para muchas de las malas costumbres porque igual se arraigan más por rebeldía. Como estamos en esta fecha en la que muchos “distraídos” hacen uso de los artículos pirotécnicos que tanto molestan, vamos a darle un palito al tema. Yo los prohibía a pesar de lo dicho por peligrosos y porque fastidian al prójimo, no digamos a los animales de compañía que los vuelven locos o neuróticos.
Los chavales salen de sus casas con sus bolsas de explosivos y mechero en mano, caminan y van tirando petardos allá donde se les antoja sin pensar si hay una persona mayor descansando, una persona enferma de corazón a la que hace brincar la explosión, un bebé durmiendo o comienzan a ladrar alocadamente los perros de un vecino. Esto último hasta les puede hacer gracia y entonces hacen explotar algunos más en esa puerta, ¿por qué no los explosiona todos en la puerta de su casa para que sus padres, que les han permitido y hasta comprado los desagradables petardos, cohetes o silbadores, oigan bien lo que está haciendo su hijo? Cuando me cruzo con algunos de los chavales, que suelen ir varios, se van diciendo: “vamos a tal o cual sitio de la urbanización”, ellos tienen sus sitios preferidos y es cuando mi mente dice: “por qué no se quedan en sus puertas y los revientan en sus puertas cerca de sus padres. A sus padres les proporcionan tranquilidad alejándose cuanto pueden de sus casas y dando por el culo a los demás.
Las autoridades son demasiados permisivas con ciertas prácticas o tradiciones. Lo hacen porque en esta sociedad falta educación, principios y valores, de lo contrario nadie se atrevería a molestar a los demás pero no por miedo, ya que he utilizado el verbo atreverse, sino por respeto, por educación. No estamos preparados para convivir pues muchas veces la paz se ve alterada por personas que resultan perturbadoras de esa paz, de la tranquilidad de vivir sin temer los actos de los demás. Cuando toda acción de cualquiera es racional y se mueve dentro de los principios lógicos que deben forjar el interior de cualquier ciudadano o ciudadana civilizados, no hay problema, no hay nada que temer ni por lo qué incomodarse.
Los ruidos, las voces, etc., deben ser las necesarias e inevitables, tratando de que se prolonguen lo mínimo en el tiempo y procurando evitar que trasciendan de nuestra casa a la casa de los vecinos. Esto no hace falta que ninguna autoridad venga a decírnoslo, debe ser una norma moral y ética que nosotros mismos nos impusiéramos. La gente suele justificar el comportamiento de los más jóvenes diciendo: “¿tú no te acuerdas de cuando eras pequeño?”. Sí que me acuerdo, pero tuve la suerte de que me educaron para observar esos valores de los que hoy adolecen los jóvenes o muchos de ellos. Hoy se les justifica en lugar de educarles, es más fácil dejar hacer que corregir una conducta que se opone porque lo que ve en la calle es más de lo mismo. Los padres prefieren no estar encima de los niños, así los niños se rebotan menos y ellos resultan ser mejores padres a la vista de sus hijos. Todo se ha convertido en un pacto de silencio-dejadez que va bien en casa si no se les exige nada a los hijos y se les deja jugar todo el día con sus consolas o a los juegos on line en el ordenador, pero si tratan de sacarlo de eso hay problemas, se le complica la vida al hijo o hija, que a su vez repercute en la tranquilidad de los padres. La calle no es la mejor escuela como le escuché un día a un vecino, a pesar de que mi vecino es profesor de Instituto, claro su hijo es un ejemplo a observar, suele estar metido en todos los fregados.

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