martes, 6 de diciembre de 2016

UN MUNDO DEL QUE NADIE SE ACUERDA

                                               Imagen: Periodista Digital


Mientras escribo en este portátil de doce años de antigüedad, he desayunado correctamente, voy vestido y calzado más o menos bien, vivo en un país donde hay paz y medios para subsistir; tenemos en otros lados del Planeta, zonas deprimidas, áridas, sin recursos y gente muriendo de hambre y enfermedades diversas, que ya hace decenas de años no pululan por aquí.
Mientras hay un mundo de opulencia descontrolada, hay otro mundo dejado de la mano de Dios, y este no ha de querer que toda esa gente sobreviva. ¿Llamamos a esto genocidio del primer mundo?, ¿es un problema solo del mundo desarrollado o también están implicados los gobernantes de esas zonas deprimidas y pobres? De cualquier manera, frente a los excesos, el lujo y el consumismo desacerbado, está la pobreza más absoluta que es causa diaria de muerte. ¡Hay que terminar con este crimen de los Estados mundiales!, la avaricia de los que gobiernan el mundo, no pueden ni deben olvidar a todos esos millones de personas que perecen de hambre y enfermedades.
¿Qué hace la ONU, la OMS, la FAO, para preservar la vida de los habitantes del Planeta?, ¿por qué dura ya demasiado toda esta desgracia?, ¿por qué se han negado desde siempre, cantidad de países a ceder menos del uno por ciento de su PIB a ayuda de los que no tienen nada?, ¿por qué tanta insolidaridad con nuestro dinero, que después lo derrochan o nos lo roban? No entiendo por qué celebran tantas cumbres de diferentes intenciones, pero no arreglan casi nada y los problemas del mundo se eternizan por egoísmos personales. Los niños pequeños, con legañas, cabezas abultadas con respecto a sus menudos cuerpos, piernas y brazos esqueléticos y barrigas hinchadas, son imágenes que nos han acompañado a todos, en las pantallas de nuestros televisores, desde que éramos pequeños, y siguen emitiéndose, nadie erradica este mal. El mal no son las imágenes en sí, sino el hambre y la miseria que padecen esas criaturas. Un mal que parece no importarle a nadie, quizás a muy pocos. Otros prefieren gastar inmensas fortunas en yates, en comprar islas, en adquirir jugadores de fútbol o un equipo entero, etc.
No hay ningún organismo que pueda llamar la atención a que cada uno haga con su dinero lo que quiera, pero sí se podría legislar para que no se llegaran a amasar fortunas tan demenciales. Podrían existir topes en los beneficios, de tal forma que los excesos fueran para ir elevando la posición social y vivencial de los más desfavorecidos. Hay miles de organizaciones industriales que marcan el paso y están propiciando un mundo con mayor desigualdad entre ricos y pobres. Hay miles de gobernantes que lo están permitiendo, debido a su gran cobardía para hacerles frente con una legislación más justa para todos, sobre todo para los más desfavorecidos.
Si estamos todos aquí y ahora será por algo, así pienso yo que solo creo en la naturaleza, en la energía de la vida, en el ser humano que adquiere consciencia. ¿Cómo piensan todos esos que dicen, por miedo, creer mucho en Dios, en su Dios, el que sea, pero cada día ignoran a todos los pobres, hambrientos y enfermos del mundo? Ya sé que no van a ser todos aquellos responsabilidad vuestra, pero ustedes generan egoístamente y avariciosamente, sin acordarse de los pueblos que viven en la más absoluta miseria. Ustedes compiten con sus rivales industriales o comerciales, porque desean vender más que los demás, quieren ser más conocidos, luchan por una mayor penetración en el mercado de su sector, y mientras rezan, pasan de cuando en cuando por una Iglesia, templo, mezquita, etc., ¿para pedir qué?, ¿se acuerdan de los que no tienen?, y si es así ¿qué están proyectando para remediarlo?
¿Digo que ustedes son los culpables de lo que sucede en el mundo?, no, no digo eso, pero ustedes, los Gobernantes y las autoridades del mundo no hacéis todo lo necesario para salvar la vida de las personas que no tienen qué comer, y que no pueden optar a los medicamentos básicos para no perecer por enfermedades comunes o erradicadas en el mundo desarrollado.

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