jueves, 1 de junio de 2017

LA NOCHE EN LA QUE SOLO ESTABAN ELLOS

                                        Imagen: http://generadordememesonline.com


Esto que os voy a contar sucedió antes de anoche. Acompañaba a mi madre en la noche víspera de su intervención quirúrgica, estábamos en una habitación de la tercera planta del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Un grupo de personas de etnia gitana esperaban en la puerta del edificio que viene a dar con una zona ajardinada, solo separada de las escaleras por una carretera. Tanto la carretera como la zona ajardinada están en el recinto hospitalario. Eran las diez de la noche y como mi madre, así como la persona con la que compartía habitación son personas mayores, apagamos las luces de la habitación y descansábamos hasta que a las once le trajeran el vasito de leche o la infusión, que es lo último que ofrecen hasta la mañana siguiente.
Mejor dicho tratábamos de descansar, pues las voces del grupo de gitanos eran muy elevadas, tanto, que participábamos de sus conversaciones, yo creo, como si estuviéramos a su lado y eso que estábamos en la tercera planta. Peor aún eran los gritos de unos niños suyos que correteaban persiguiéndose y haciendo competiciones entre la zona ajardinada, subiendo y bajando las escaleras; eso lo hacían una y otra vez, lo pude ver porque me asomé a la ventana en varias ocasiones sorprendido de lo tarde que se iba haciendo y que no cesaran ni las voces de las conversaciones de los adultos, ni los gritos de los niños. Dichos gritos eran sonidos abiertos y agudos, así como penetrantes; eran los típicos sonidos que solo los niños son capaces de emitir con mucha facilidad. Son emisiones en un tono penetrante, afilado y hasta punzante.
El reloj avanzaba y llegaron las once, vino el vaso de leche calentita para mi madre y la infusión de tila para la mujer que ocupaba la cama contigua, pero lo que no cesaban era la conversación en alta voz y los chillidos de los niños jugando. Nunca se oyó a nadie llamar la atención a aquellos niños, cómo iban a hacerlo si ellos mismos no tenían conciencia de estar molestando con los tonos desmesurados de sus voces, las propias en las que hablaban los adultos. Estoy seguro, que el resto de personas que estábamos en el hospital no existíamos para esa gente. Ellos pasaban el tiempo, junto a la entrada, en la zona ajardinada del hospital, para poder decir que estuvieron acompañando al familiar que fuera y hasta la hora que quisieran decir.
Como la situación se alargaba y no había quien pudiera dar una cabezada, menos aún dormir, surgieron unos comentarios al respecto en nuestra habitación, hablábamos el acompañante de la paciente que compartía habitación con mi madre y yo; entre otras cosas no entendíamos qué hacían aquellos niños correteando tan tarde si al día siguiente debían ir al colegio. Entonces, el sobrino de la señora tomó la decisión de ir al puesto de enfermeras a comunicar lo que ellas debían conocer, pues están en la misma planta y no dejan de entrar en las habitaciones para atender a los enfermos. La enfermera descolgó el teléfono delante de él y se comunicó con el puesto de los vigilantes… hasta ahí llegó el asunto. A partir de entonces todo continuó del mismo modo hasta las dos de la madrugada, hora en la que se oyeron cerrarse unas puertas de una furgoneta y, parece ser, se meterían todos y se marcharon… pusieron fin a la visita a su enfermo y el silencio volvió hasta el amanecer. ¡Nos falta mucho!, metámonos todos para no ofender a nadie, ¡hay un problema de educación importante! Que lo supieran los vigilantes no sirvió para nada, la cosa quedó solucionada cuando decidieron marcharse.

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