martes, 14 de febrero de 2017

FLATULENCIAS, UN MAL DÍA LO TIENE CUALQUIERA

                                             Imagen: www.elguasap.com


Permítanme hablar del pedo, ya sé algo casi escatológico que, sin embargo, a todos nos afecta de algún modo, ¿quién no deja soltar algún gas que otro? Comprendo que no todos los días ocurre esto, pero hay días que dependiendo de lo que comemos… comienzan los pinchazos en el abdomen, unas veces hacia el bajo vientre, otras a la derecha o izquierda, incluso suben hacia el pecho y nos hacen pasar un mal rato hasta que encuentran la casilla de salida. Cuando esto sucede, viene la segunda parte… el apuro que nos da soltarlo, dependiendo de la circunstancia en que nos encontremos, rodeados, en lugar cerrado, ¿se puede oír?, ¿se darán cuenta de que he sido yo? Y, por último, lo más temido ¿olerá?... ya sé… esto es un asco, pero no me dirán que todos no nos hemos visto, alguna vez, en situaciones como la que describo.
Cuando te puedes mover, o sea, que el viento no te tiene clavado a la silla, y esto lo digo porque hay quienes se mueven y se tiran el pedo aunque no quieran que se produzca. Estos son los que más temen porque saben que no controlan ni el momento de salir ni si será sonoro o no. Pero si eres de los que te puedes mover, no pasa nada, abandonas el lugar donde estás y si es posible te vas a los baños, donde permites el escape libre en el caso de no estar muy transitado. A pesar de ello, hay muchas personas que sienten vergüenza de hacerlo en el baño porque le van a oír, ¿qué podemos hacer con la carga ventosa, dónde la soltamos pues? Esas mismas personas dicen pasarlo mal cuando tienen que dar de cuerpo en los servicios públicos, porque por lo general hay personas en los retretes cercanos y dicen que se les oyen los pequeños truenos propios de la acción. ¡Esto ya es demasiado!, vamos a tener que ir a los aseos con silenciadores en el trasero… cada cosa tiene su lugar, ¡digo yo!
Hay gente que teme comer un potaje de chicharos, de garbanzos o unas buenas lentejas, porque de seguida se produce una digestión cargada de flatulencias y gases que necesitan salir de nuestro cuerpo. Las cocineras y cocineros apañan lo que pueden, añaden algo de bicarbonato a los guisos, un poco de hinojo, que también dicen que provoca una digestión sin gases, etc. Cuando esto lo hacen es porque esto es algo preocupante, la gente no quiere encontrarse en la situación de tirarse un pedo en cualquier lugar. Tras la comida, quizás tenga que sentarte en una oficina junto a otros compañeros y compañeras, y tendrás que trabajar, digo yo; no vas a estar toda la tarde de camino a los baños, porque también levantarás sospechas de que algo no marcha bien. Entonces los más osados tratan de controlar la salida de los gases, otros les llaman: ventosidades, será un término más fino o más médico, no lo sé. Esta es la segunda parte… llega el deseo irremediable de liberarse del mal que uno tiene dentro, pero están los compañeros y compañeras en las mesas contiguas… uno se concentra bien en lo que viene haciendo y, disimuladamente, ejerce ese control que no sabría explicar cómo se hace pero que todos sabemos hacerlo, y va dejando que salga lentamente… mientras sigue más concentrado que de costumbre en la tarea laboral, y respira con satisfacción… salió y no se oyó nada. Ahora viene el remate, continúa sintiéndose tensión tras el alivio anterior, ¿olerá, o no? Se sigue concentrado y sin atreverse a moverse, como queriendo que todo se quede alrededor, lo más cerca posible de uno… en ese momento uno se vuelve enormemente egoísta, no quiere compartir y, espera, aguarda resultados, mete la nariz con frecuencia y comprueba que la maniobra de retención y control ha sido efectiva… no hay nube tóxica en el ambiente. En ese instante, uno se relaja, afloja y se atreve a moverse en la silla… no ha pasado nada. Pero ¿qué sucede cuando la sustancia impregna el ambiente?, a todos nos ha pasado más de una vez y más de dos. Pusimos todos los medios, pero al meter la nariz comprobamos que el resultado es nefasto y oloroso, vamos, una bombita de peste de aquellas que comprábamos cuando éramos niños y la lanzábamos contra el suelo del salón y había que salir de la casa porque el olor a huevo podrido inundaba cada estancia de la misma. Pues bien, el responsable trata de no enrojecer que sería lo primero que le delataría y pronto comienza a decir cosas como estas: “a alguien se le ha ido un viento, ¿no?”, “esto no es normal, ¿quién ha sido?” y desde ese momento comienza a desviar la atención culpando o señalando a fulanito, argumentando que está muy callado, que no se ha movido, que no ha levantado la cabeza de lo que estaba haciendo y cosas así. Se levanta rápidamente, se dirige a las ventanas de la oficina y las abre, después se sale fuera y aun se atreve en el camino a exclamar: “¡serán guarros, esto es insoportable!”.

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