Porque nací aquí, porque vivo aquí, porque me inscribieron en los registros y ficheros de la burocracia institucional del país, porque me programaron en las aulas, en casa mediante los informativos. Porque quisieron meterme las tradiciones y costumbres, porque quisieron dominarme, porque me enseñaron un camino y dijeron que era el normal. Yo marché, caminé cada día una senda que era de otros, hasta que comencé a pensar, a decidir, a ganar y perder, pero sobre todo a pensar por mí mismo y comprendí que era ajeno a este mundo, que no me interesaba tal como se habían pactado las normas, tal como deambulaba la maldad y los intereses deshumanizados con los que muchos estaban identificados. Comprendí o vi la jaula de cristal que nos apresa, la dependencia mental que nos oprime, los falsos compromisos que se adoptan, las falsas promesas que hacen todos los que nos gobiernan, la mentira del sistema, lo ilógico de casi todo por haber sido fundado por intereses privados que tratan de valerse del esfuerzo y el tiempo de los demás.
Proclamo ser de este mundo a la fuerza, pues casi nada de él, tal como está concebido, me interesa. A la gente le dan unos ciertos respiros para que compensen la opresión disimulada o camuflada a la que le someten los poderosos que dirigen este sistema mafioso y corrupto. Siguen las fiestas en el calendario con esa misión, permitir que la gente se desmadre de cuando en cuando y no explote. Así se suceden: Carnavales, Semana Santa, Ferias, Romerías, el día de esto o aquello, manifestaciones en honor de esto o en protesta de aquello otro. De igual modo, asistimos a las aficiones en masa adeptas a diversos deportes, actos en los que la gente chilla, se desinhibe e insulta a arbitros, a jugadores rivales, a aficionados contrarios, incluso a sus propios jugadores cuando sus fallos ponen en peligro la contienda. Los falsos actos a los que llaman democráticos, echar las papeletas en las urnas los días de elecciones, que ya les dan el tratamiento injusto que una ley electoral, igualmente injusta, permite dar ventaja a los partidos mayores, no valiendo igual cada voto, y beneficiando a esos partidos mayores, pues necesitan menos votos para sacar un escaño. Y la gente va como hipnotizada a echar la papeleta creyendo que puede cambiar algo, cuando todo se cocina de puertas para adentro. Ya se ponen de acuerdo, y desvirtúan los resultados de las urnas, para conformar gobierno, haciendo pactos entre los partidos.
En resumen, desde mi punto de vista, tenemos todo para que todos podamos vivir bien, de primera, sin dejar a nadie atrás, pero el sistema de los poderosos tiene que asegurarse de que haya débiles para valerse de ellos. Por tanto, los remedios o soluciones nunca son los adecuados, los que harían falta para evitar la fragmentación, los estratos sociales, las distancias entre personas, los años luz que separan a unos salarios de otros, las posibilidades para triunfar o, simplemente, para conservar la salud de unos y otros. No quieren que esto suceda, que vivamos todos bien, que estemos, más o menos, a la misma altura social, que tengamos capacidades económicas y oportunidades parecidas, no quieren. Hasta los políticos se sirven de nuestro dinero, de nuestros esfuerzos, meten la mano en la caja cuando les parece, se conceden cuantos privilegios tienen a bien, nos ignoran unos cuatro años, y después hacen como que nos ponen en el centro de sus vidas para suplicarnos su permanencia para seguir enriqueciéndose, que es su propósito. Ni siquiera éstos tratan de igualarse con nosotros.
Seguiremos...
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