Tal vez estemos viviendo en un error muy extendido, todos queremos ganar en todo. Si trabajas, deseas el mayor salario posible. Si manejas una empresa, deseas el mayor beneficio posible. Solo en la cuestión del ranking del mercado, deseas estar a la cabeza del mismo. Si te examinas, deseas obtener la nota más elevada. Si llevas un partido político que se presenta a unas elecciones, quieres sacar más votos que ningún otro. Si tienes un coche, quieres que sea el más grande y veloz de todos los de tus amigos y conocidos. Si tienes una vivienda, quieres que sea espectacular, a ser posible. Así en todo, queremos destacar, ser el mejor, ganar más, tener más, ser distinguido, famoso, rico, alto y guapo. Tener éxito en todo lo que hagamos, vamos, que somos unos egoístas del copón y unos narcisistas empedernidos.
¿Qué dejamos para los demás? ¿Nos importan algo, los otros? ¿Creemos que vivimos solos en este mundo? ¡Cuán equivocados estamos! Muchos antepasados han ido modelando esta sociedad en un terreno de confrontación y competencia, que es terrible. Como en la serie televisiva... ¡Aquí no hay quien viva! Diréis que sí, que vivimos, que no se está tan mal. Es cierto a medias, vivimos, seguimos adelante cada cual con sus penurias y sufrimientos, con sus desequilibrios, con sus disgustos y alegrías, pero podríamos vivir mucho mejor, de un modo diferente, si las directrices marcadas fuesen distintas y, sobre todo, más humanas y basadas en otros valores.
La relación perfecta es aquella en la que todos ganan, y para que sea posible, hay que ceder, hay que ser tolerante, flexible, respetar al otro, importarnos lo que le suceda o cómo viva el otro, y si nos fuera posible llegar a amarle. No hay otra vía, al menos para mí. Por tanto, hay que modificar el rumbo impuesto y mantenido por una cantidad interminable de golfos que han sido capaces de acomodarse en puestos de poder y cargos públicos influyentes en la sociedad, así como por una minoría empresarial destacada, poderosa e, igualmente, influyente en las normas y las leyes que a todos nos implican y obligan.
Es casi comenzar desde cero con un nuevo proyecto social, colectivo, que nos englobe a todos los seres humanos sin distinción de raza y demás perfiles personales de cada uno, pero en el que reine el ánimo de la colaboración y el respeto mutuo para conseguir marchar en la dirección adecuada que nos reporte beneficio a todos, se reparta más equitativamente la riqueza o los recursos, nos llegue a igualar en cuanto a poder adquisitivo, y nos haga progresar como mundo, como humanidad. No hago distinciones o menciones a personas en concreto, y tampoco lo hago a países en particular. La vida de la gente hay que tomarla muy en serio, y los escaños vacíos en el Congreso mientras otros exponen sus ideas o propuestas, hablan de otra cosa. Con los mimbres que tenemos en la actualidad, jamás seremos capaces de hacer un buen canasto.
Seguiremos...
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