Vivimos según unas normas que buscan la distracción de la ciudadanía, vendida como aparente bienestar, como vía de escape, como signo de avance social, como distinción a veces, pero solo la veo como el impase necesario para que las élites de poder maquinen, tramen y consigan sus objetivos sin que nos rebelemos. De ahí que rebelarse contra el sistema esté castigado, cuando debería ser un derecho de la ciudadanía no de acuerdo con las normas e imposiciones, casi siempre contrarias al bienestar general y a favor del particular de unos pocos. No se trata de envidia, que es lo que algunos dicen, o de quitar a los ricos lo suyo, lo ganado honestamente y sin explotación; se trata de repartir la riqueza que se pueda extraer de la actividad colectiva, pues después de todo la generamos entre todos, unos ponen conocimiento, otros dinero, otros trabajo, y nada debiera prevalecer sobre lo demás, pues todos son necesarios para alcanzar objetivos comunes.
Hoy sí le va a tocar a la reiterada cobardía de los políticos a la hora de hacer leyes, y me refiero, para encuadrarlo en el tema que toco hoy, a las tradiciones, eso para mí tercermundista, solo para mí, no pretendo ofender a nadie, y que cada cual siga sus costumbres, pero a mí me parece aporta bien poco a lo que para mí es lo mollar, el avance social, el fomento tecnológico, la perfección en la fabricación, en la industrialización, la investigación, etc. Dar pasos hacia el pleno empleo, hacia la situación ideal en la que todos tengamos empleo e ingresos. Iniciar una andadura hacia convertirnos en seres humanos, que también los eran los que vivían en el paleolítico, pero con conciencia más expandida, con muchos valores humanos, etc. Iniciar el camino hacia el SER humano con mayúsculas. Y a esto que pretendo y creo necesario, no sirven para nada las tradiciones, desde mi punto de vista, es solo diversión, distracción, aflojar tensiones que los poderes ocasionan, pero que son innecesarios. Seguimos viendo cómo cantidad de animales de dos patas martirizan a toros en las plazas de los pueblos, les agotan a base de golpes, tirones, les estresan, les humillan, les hacen que tengan que defenderse y, a veces, hasta cornean a alguien, a algunos de esos salvajes que disfrutan con la crueldad convertida en diversión pública. Sigue sucediendo por la cobardía de los políticos para enfrentarse a esos infames y lamentables espectáculos. No quieren ofender a los que esperan les voten, todo lo permiten por sus votos, por su deseo de permanecer en el poder.
Las ferias, las romerías, los paseos a representaciones de madera, escayola o distintos materiales, ese fervor, tampoco lo entiendo. El salto a la reja de los almonteños, todos riñendo hasta la madrugada por un espacio que les permita tocar los varales o el manto de la Virgen. De verdad que me pierdo, no entiendo nada, y cada día menos. La feria de Sevilla, como cualquier otra de otra ciudad, irrumpe en medio de una ciudad, en un espacio rodeado de bloques de pisos, en una gran explanada reservada para que cada año se celebre una semana de cachondeo bajo los toldos de unas casetas de lona y rayas de colores, anacrónico total, ridículo en pleno siglo XXI tecnológico. Hoy sé que no me voy a procurar muchos amigos, sino todo lo contrario, pero es que hay que expresarse desde el corazón, desde los principios de cada uno, con valentía, y quiero pensar que para hacer el bien para todos, evitar distracciones innecesarias, inversiones superfluas, porque considero se deben alentar iniciativas más acordes con lo que es fundamental para que una nación progrese.
Seguiremos...
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