Diríamos, en términos
matemáticos, que nuestra existencia es un intervalo comprendido entre el mismo
instante de ser concebidos, y la última exhalación que se produzca en nuestro
organismo. Además sabemos que nuestra existencia tiene fecha de caducidad, que
coincide con la retirada de nuestra presencia en el mercado de la vida, tal
como la conocemos. Por tanto, lo de la imagen y semejanza debe haberse
pronunciado por nuestra similitud con los productos, que encontramos en las
estanterías de los supermercados.
Bien, una vez realizada tan
comercial e industrial introducción, vuelvo al parecido con los fabricados
alimenticios, pues del mismo modo somos etiquetados: Tío feo, antipático,
gordo, pesado, agarrado, etc., mientras a los productos le adhieren, igualmente,
sus correspondientes etiquetas: Queso de burgos, Salchichón ibérico o Cereza
del Valle del Jerte. Asimismo, cada uno tenemos nuestro peso, nuestro precio y
hasta nuestro envase.
Vamos bien en esta analogía entre
nosotros y los productos alimenticios, naturales, procesados o elaborados, etc.
Ahora viene lo mejor, que tal como se espera de los alimentos, es adecuado que
sean sabrosos o que al menos gusten. Es ahí donde comienza la penitencia de
muchos, que no se gustan, que no gustan a otros, que no se conforman con su
forma, su apariencia, y desean cambiar. Esto nos diferencia de los productos,
pues ellos no se cuestionan nada, están aborregados, les han hecho de una
manera y se muestran tal como otro dice y ha decidido han de ser. Muchos de
nosotros, quieren imitarles, tratan de seguir unas normas generales dictadas
por otros, y se encuentran en tierra de nadie, porque ellos no son como han
establecido las normas o tendencias, así que se amargan o pasan por el taller
de reconstrucción. Es allí donde dejan su pasta, donde ponen su esperanza, y
dónde se ponen en manos de otros para que se haga su voluntad, que esperan
coincidan con las suyas.
Si no te vives por ti, sino que
vives a criterio de los demás, te será muy difícil vivir, ¿lo entiendes?, serás
producto de la cadena de envasado, ¿comprendes? No hemos venido a ser la
lechuga del huerto de nadie, no hemos venido a ser el payaso de la clase o de
las reuniones, no hemos venido a ser mandados hasta morir. Hemos venido sin
pedirlo, y nos hemos encontrado el Mono poli desplegado y listo para jugar. La
partida tiene la peculiaridad de que puede ser inventada por cada uno de
nosotros, tan solo somos nosotros quienes podemos y debemos ponerles límites al
juego. Nadie debiera inmiscuirse en nuestra partida, ni tan siquiera el jugador
todopoderoso, que interviene en casi todas las partidas: el miedo. Este no ha
de ser invitado a jugar porque trastoca el juego.
Con todo lo anteriormente escrito
vengo a exponer que no somos mercancía de los mercados, que no necesitamos que
nadie venga a moldearnos, que solo podemos hacer de nuestras vidas lo que mejor
nos parezca, que debemos sentirnos libres para hacerlo y que ni el miedo, ni
hombre alguno debe tener potestad para limitar nuestra creatividad, que después
de todo es la que nos puede proporcionar la pasión de vivir, y transformar una
vida aburrida, rutinaria, en algo hermoso y sin parangón. A pesar de que todos
los mecanismos apuntan al modelo encorsetado y repetitivo, que por desgracia se
impone, y que en muchas ocasiones nos obliga por falta de decisión, miedo o por
tener poca confianza en nosotros, lanzo un grito al aire: ¡Cambiemos el chip!
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