Todos los días estamos recibiendo
emails de nuestros conocidos y amigos. El contenido de estos emails, en muchas
ocasiones, es monotemático, nos hablan del descontento generalizado con la
clase política, de la corrupción inherente a ese gremio, de los gastos
desmedidos o absurdos, etc.
Ya me aburro de tanto pesimismo,
de tanto desagravio que los ciudadanos tenemos que sufrir, convirtiéndonos en
sus victimas impotentes, con la única arma democrática que son las votaciones
amañadas según una ley electoral, obsoleta y discriminatoria con las fuerzas
políticas que menos peso tienen en nuestro país.
Me siento impotente ante la clase
política, ante las personas que ostentan cargos de poder, de cualquier índole,
y que meten la mano en las arcas del dinero público, que se escudan en su
condición de aforados, y que salen por la puerta de atrás sin pagar por sus
delitos, y sin reponer lo hurtado.
La sociedad no es nada, lo somos
las personas. El mundo no es nada, en el sentido que le nombramos, diciendo: el
mundo está fatal. El mundo no está en guerra, lo están algunas personas, son
siempre las personas las protagonistas de todo lo que acontece, y tendríamos
que preguntarnos el por qué.
Hay mucha gente haciéndolo
realmente mal, actuando en su propio beneficio, generando daños a sus
semejantes, desde su proceder político, empresarial, productivo, comercial, o
sencillamente porque humillan e ignoran a los que consideran son de otros
niveles sociales: culturales, económicos, profesionales, etc., y deben pagar
por ello. Siento llegar a esto, pero lamentablemente hay un sector de
población, de estos a los que me refiero, que no aprenden si no son castigados;
y no es que imponer castigos sea un acto gozoso, aunque en ciertos momentos es
necesario.
Está sucediendo, con la justicia,
algo que difícilmente se acierta a entender, pues si todos somos iguales ante
la ley, parece que no es así; y si la ley juzga un delito debe tener una pena
igual para los que cometen ese delito, pero el día a día nos demuestra que no
es así tampoco. Nos encontramos con ciudadanos de primera, de segunda, de
tercera, etc. Están los que pagan condena, los que no pagan condena porque
eluden la justicia, debido a su posición social e influencias, también está el
punto medio quien siendo juzgado y sentenciado, paga la condena porque tiene
haberes para ello.
No todos tenemos dinero, no todos
tenemos la misma suerte, o no todos ostentamos grandes cargos, y la clave es
pagar por los delitos cometidos, al mismo tiempo que tiene que ser una
obligación ineludible reponer lo robado, que no se porque no se hace. Esto
conlleva a que los que roban cantidades importantes, y las esconden en paraísos
fiscales, si son pillados, prefieren ir a la cárcel unos años, pero cuando
salen, el dinero les aguarda. ¡Hasta cuándo!.
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