En muchas ocasiones nos
tendríamos que preguntar por qué no somos mejores, o tal vez, por qué creemos
que ya somos lo mejor que podemos ser. Un pensamiento de este tipo,
conscientemente o inconscientemente tiene que rondarnos nuestras cabezas, de lo
contrario no estamos limitando. Esto explicaría la pasividad en la ambición de
ser más excelentes hacia los demás principalmente, y con nosotros mismos en
particular.
Los días pasan, el
tiempo se va para no volver, y solo nos queda aquello que hayamos vivido de un
modo consciente, que es lo que aviva el deseo de seguir, de avanzar, de crecer,
y perseguir unos objetivos o metas. Porque lo que se integra, de esa forma, en
lo más profundo que somos, nos hace saber con certeza aquello que es; lo que
somos, y con atención podremos saber qué hacemos o qué deberíamos estar
haciendo.
El desconocimiento del
ser profundo está muy difundido, y hemos constituido una sociedad de intereses
particulares o personales, que tratan de desgarrar una trama invisible
energética que la componemos todos, en la que casi nadie le encuentra sentido a
este compartir espacio y tiempo simultáneamente. Indudablemente, cada uno de
nosotros tenemos unas cualidades originales y propias que necesitan de las del
resto para completar algo mayor, por el bien de la humanidad. Sin embargo, ¿qué
hacemos?, enfrentarnos dialécticamente, con el pensamiento, con los actos,
etc., porque cada cual va a lo suyo, cuando la empresa que podríamos crear
coparticipando cada uno con lo mejor de sí, sería casi impensable.
Es fácil, relativamente
o sumamente fácil, esto es como lo de la botella medio llena o medio vacía; hay
que querer entrar en la onda de la conciencia y de la consciencia. Hay que
desear alcanzar el conocimiento y querer dejar de ser un trapo al viento,
porque se desea ser consciente y responsables de sus actos. No entiendo una
cosa sin la otra, es fácil repito, hay que desear llegar a ser más humano, hay
que desear modificar el comportamiento automático aprendido y alimentado por
los ciegos, que no comprendieron, que nunca miraron dentro, que no sienten a
los demás porque se hicieron insensibles algún día, se alejaron del resto de la
humanidad, tal vez persiguiendo su enriquecimiento, que es para lo que si se
han movilizado ciertas o muchas personas.
Hay más, no sólo hay
solvencia económica, cuentas en bancos, intereses, bolsa, acciones, beneficios,
balances, etc.; hay toda una vida, una existencia que estamos tirando al cubo
de la basura, y apenas nos descuidemos viene el camión y se la llevará. No
podemos seguir esperando, estamos en un momento hermoso por su importancia y
por la coyuntura que presenta para propiciar el cambio. Este cambio es
necesario, y los charlatanes solo se han quedado en propugnar un cambio de
dirigentes, cuando el hombre, el que se debe escribir con mayúsculas, no
necesita dirigentes porque es lo bastante avanzado, respetuoso y deseoso de
hacer el bien para con sus conciudadanos, que no necesita gente loca dirigiéndole.
No al menos como lo están haciendo hasta ahora.
La verdadera revolución que necesita el hombre
es la suya, la de su forma de pensar, de sentir, de relacionarse, la de amar,
la de respetar, y la de caminar por este mundo llevando la cabeza alta, una
sonrisa en su cara, un corazón abierto, unos brazos dispuestos a abrazar, unas
manos preparadas para ayudar, y honesto desde la cabeza a los pies. No hay que
modificar nada más, el hombre tiene que modificarse a sí mismo, tiene que dejar
de culpar a los demás de su desgracia y de sus dolencias; ha de reflexionar y
comprender, ha de experimentar, ha de compartir, y siempre desear lo mejor para
todos. Es sumamente fácil, cada cual tiene que hacerse cargo de su vida, y
entender que no está solo, ni ha venido a humillar, a condenar, a juzgar, y a
herir, sino a ayudar y caminar donde hay muchos como él. Con solo desear para
los demás lo que deseamos para nosotros ya está resuelto, hagámoslo con
convicción, veámoslo, comprendámoslo, cambiemos.
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